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ADA

Desde niña, he sido presumida, siempre me han dicho lo guapa que era y claro siendo niña, coqueta y tras escuchar una vez tras otra, me lo terminé creyendo.

El día que hice la primera comunión, fui consciente del poder que tenia por mi físico, por mi actitud, y sobre todo por empatía con el resto de las personas, sin filtros, sin diferenciar en el trato de que sexo era estas.

Ciertamente me confundí, solo era una niña de nueve años y en aquel momento nadie me dijo que no se debe actuar de igual modo con hombres que con mujeres, ¿o tal vez, el problema es otro?, yo no lo sé muy bien, lo que ahora tengo claro que algunos se confundieron conmigo, mis mimos, mis caricias, las tomaron como insinuaciones.

¿insinuaciones de una niña que aún no tenia diez años?, si este mundo no está muy sano, al menos algunos e sus miembros y aquí llegó el primer problema con Luisma mi vecino de enfrento, mi compañero de juegos desde niños, mi hermano agregad como me gustaba llamarlo.

Luisma tenia tres años mas que yo, estaba ya en plena adolescencia, si con las hormonas alborotadas y de alguna manera incontrolada, para mi fue todo un trauma, desde el punto de vista de Ada, adulta, creo que aquí fuimos victimas los dos, victimas de una sociedad que nos dejó abandonados, ante unas circunstancias que ni Luisma ni yo estábamos capacitados para gestionar.

Sí, éramos como hermanos, muchas horas juntos, yo muy cariñosa, mimosa, e muchas caricias, de besa espontáneamente.

Obviamente, no estábamos los dos, en el mismo momento vital, mi despertar a la sexualidad estaba aún lejano, mienta que Luisma estaba en pleno apogeo y claro, la proximidad, el tiempo que pasábamos solos en casa, la confianza, todo un despropósito.

Lo peor fue como los adultos trataron el tema, y el enfrentamiento ente familiar incapaces de darse cuenta, que éramos dos niños, simplemente eso.

Yo no hacía otra cosa que llorar, no entendía nada, ni aún hoy en día con el paso del tiempo lo entiendo.

Sí nos pillo mi abuela desnudos, ¡era simple curiosidad!, ¡juego de niños!, me sometieron a pruebas innecesarias, pero de todo aquello la familia de Luisma se vio obligada a cambiar de casa y de aquellos barros los lodos que me persiguieron durante toda mi vida, y una fama de mujer fácil, que ha marcado mi desgracia.

A mis quince años, ya trataba de no pasar por obras, apenas me sentía mujer y verbalmente me sentía agredida ante las barbaridades que tenía que escuchar.

Desde luego en aquella época, bien podía pasar por una chica de mas de dieciochos años, también he de reconocer que “los piropos” entonces no eran considerados como lo son hoy, un acto machista, sin paliativo alguno.

Que pocos tenían un contenido bonito y cuantos eran auténticas barbaridades, que se limitaban a expresar, sin medida alguna, las cosas que me haría.

Pero como todo en la vida, del dicho al hecho, apenas hay un breve techo, y así sucedió.

Un día volvía tarde a casa, era otoño avanzado y me entretuve haciendo un trabajo en casa e una amiga, al llegar a la obra, como otras tantas veces estuve tentada de dar una pequeña vuelta, pero todo parecía tranquilo, los obreros ya habían terminado su jornada de trabajo y nada parecía estar en contra de mi paso por le lugar, pero…

Ni siquiera supe cómo, desde algún lugar, tras una vaya un potente brazo, me agarró y titó e mi hacía adentro, apenas tiempo a soltar un potente grito y mi boca fue taponada por una potente mano, grande y llena de heridas por el duro trabajo.

Apenas recuerdo nada de aquella agresión, enseguida me sentí amordazada por algún sucio trapo y prácticamente mis ropas fueron arrancadas de mi cuerpo.

Una voz autoritaria, paralizó a mis tres agresores, en segundos se recolocaron la ropa de la que había comenzado a despojarse y salieron corriendo.

Me recuerdo arrinconada contra el suelo, asustada y temblando.

—Tranquila, ya todo ha pasado, acabo de llamar a la policía, ¿quieres que avise a alguien?

Fue una larga noche, horas de hospital y comisaría, otra tortura casi peor que la propia agresión.

Tiempo después en el juicio alegaron, que yo los provocaba y desconocían que era menor de edad, así justificaron su acción, no recuerdo la sentencia, se que fueron declarados culpables, pero yo me quedé con el estigma y la baja autoestima con la que inicié mi primera relación sentimental.

Apenas duró tes meses, según Charly, no me merecía estar con nadie.


—¡Eres una puta, coqueteas con todo el mundo!, no me extraña que los tíos…

—¿Que los tíos qué?, —le espeté.

—Que los provocas, les haces pensar…

—¿Por qué soy amable?, ¿Por qué soy cariñosa con todo el mundo?, ¿hago a la gente pensar que busco algo con ellos?

—¡Es una invitación!


Tras esta conversación obviamente rompimos, pero por primea vez fui consciente de que mi papel en esta vida no iba a ser fácil, que mi natural forma de ser, solo me iba a acarrear problemas.

Así fue como llegó a mi vida Andy, dos años después me casé con él, durante algunos meses todo fue como una larga luna de miel, hasta que aparecieron los celos.


—¿Te toca trabajar con David? —me preguntó un día de manera inesperada.

—No lo sé, —respondí ingenuamente, ¿Por qué lo preguntas?

—Porque siempre que te vistes así, coincides con él.


Trabajo de camarera en un restaurante, David es un chico casado y trabajamos juntos, con él no tengo una relación en especial, pero claro, es alto y guapo a diferencia del recto de compañeros, que o bien, son más mayores, o son mujeres.

Durante unos segundos me quedé cavilando, no entendía esta actitud, pero decidí mantener mi vestimenta y salí de casa con un sabor agridulce.

Solo fue el comienzo, un día eché en falta algunas prendas de mi fondo de armario, pensé que igual estaban descolocadas en algún sitio y no le di importancia hasta ver una de mis camisetas preferidas hechas jirones en el cubo de la basura.

En ese momento me hirvió la sangre, estaba en el salón con su tercera o cuarta cerveza en la mano, mientras veía un partido de fútbol y entre como elefante en cacharrerÍa.


—¿Has hecho tú esto?

—Por supuesto, dijo sin apenas prestarme atención y sin dejar de tener la mirada fija en el televisor.

No tenias ningún derecho, —solté mientras intenté coger el mando de la tele para apagarla y obligarlo a que me presta atención. Me ganó por la mano, entonces me coloque delante e impedí que pudiera ver el partido, con la mala fortuna de que en ese momento el equipo contrario marcará un gol.

La situación fue tremenda, voces, empujones, un bofetón que me dejó paralizada durante minutos y unos día sin cruzar palabra, pero ya con el miedo metió en el cuerpo, sin saber que hace, cómo reacciona, que pasos dar, estaba confundida, él lo sabía y de eso se aprovechó.

Deje pasa el tiempo sin hacer absolutamente nada, pero lo peor estaba por venir, ya era una guerra continua.


—¡Ni vales para quedarte preñada!


Fue la siguiente acusación en otra de las disputas mantenidas. Yo vi claro por dónde venía, cada noche me buscaba y yo le rehuía, en alguna ocasión trató de forzarme, pero lo pude evitar hasta que…


Sí otro día envalentonado por el alcohol, me violó. Fue desconsiderado, y cuando sangraba por mi partes por la violencia con que me penetró, se creció.


—¡Ni para follar sirves!, eres una calienta pollas, pero no me vales para nada.


Yo temblaba del dolor, del miedo, del pánico que empecé a sentir y, él se dio cuenta y fue mi perdición. Cada vez me gritaba más y cosas más inconexas, después comenzaron los golpes y caí al suelo.

Recuerdo como a cámara lenta se acercaba su pierna a mi cuerpo, su pie a mi cabeza y como está tras el impacto chocó con la pata de la cama, y después nada, el silencio el vacío.

Cuando recobré el conocimiento, estaba sola, tirado en el suelo sin fuerzas, extenuada.

Logré tirar del cable que cargaba el teléfono en la mesita de noche y marcar el número de mi madre.

Tenía la mandíbula partida, la vagina desgarrada, un ojo cerrado por la hinchazón y el alma estozada por la incomprensión de lo que me había ocurrido.

Locura transitoria, alegó su abogado en el juicio, meses después de lo ocurrido, yo para entonces físicamente me había recuperado, pero en cuanto a lo psicológico ni me había recuperado ni creo que lo haga nunca. Pero eso sí, una lección aprendida, ante los primeros síntomas, debí de tomar medidas, debí e alejarme y de este modo preservar mi integridad física y moral.

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