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Cuando ya nada esperas de la vida



TRECE HISTORIAS DE AMOR

CAPÍTULO 2

Cuando ya nada esperas de la vida.



Nunca había pensado que la vida me decepcionara de esta manera, bueno la vida y los hijos, pero lo mejor será que me presente.

Me llamo Manuel, soy…

─Manuel, le traigo sus pastillas. ¿Qué hace aquí solo hombre?, lo bueno de un sitio como este es que hay otros compañeros con los que hablar, compartir sus cosas.

─Todo esto es muy injusto para mí.

─Lo se hombre, pero a veces no hay otras soluciones ─me dijo la enfermera en plan condescendiente, mientras se alejaba en busca de ese otro anciano, que siempre está sobre su silla de ruedas en aquel rincón y con la cabeza gacha.

Así me veo yo en pocas semanas, un ser solitario, aparcado en un rincón, donde no moleste a nadie, donde la sociedad tranquilice su conciencia y mis hijos y nietos puedan continuar su vida, sin que nadie ni nada las altere.

Como empezaba a decir cuando llego Inma la enfermera, me llamo Manuel, tengo 72años, enviude hace escasamente un años, y aunque mi vida de casado no ha sido precisamente un jardín de rosas, al menos a nuestros años, ya que apenas nos llevábamos un mes, éramos autónomos, no necesitábamos a nadie para poder vivir con una cierta independencia.

Estos meses para mí no han sido fáciles, había sido educado a la antigua usanza, de tal modo que tras la repentina muerte de Lucía, ni siquiera sabía dónde debía encontrar unos calcetines.

Luci mi hija pequeña, se esmeró durante los primeros meses en hacerme la vida fácil, pero Manuela, la mayor, lo tenía claro desde el principio, mi lugar estaba en un sitio como este.

Todo se complicó, con la enfermedad de Luci, una de esas que es bastante incomprendida, fibromialgia, igual un día estas en lo alto de una montaña rusa, como al siguiente eres incapaz de sujetar un simple vaso sin que se te caiga al suelo. Ella no obstante ha intentado estar a mi lado y que nada cambiara, pero ha sido la excusa suficiente para que Manuela impusiera su voluntad.

Yo no he ayudado mucho en esta decisión, soy un desastre con la ropa y en cuanto llegaron a mi hija mayor con el cuento de que iba por la calle como un pordiosero lleno de manchas, llegó a casa como un obelisco y tomó la decisión.

Manuela tiene dos hijas veinteañeras, seguro estoy que si me las cruzo por la calle, ni siquiera las reconocería, son muy suyas, independientes y con muy poco sentido de la familia, bueno supongo que el mismo que su madre. Sin embargo mi Luci es otra cosa, tiene un solo hijo, de la edad de sus primas, está entre medias de las dos, pero mi Manu, es un chico cariñoso, familiar, al que no se le pasa una semana sin irme a ver a casa y en los pocos días que llevo aquí, ya ha estado un par de veces, a pesar de que debe de estar más atento de su madre.

Manu, es una gran ayuda en su casa, sus padres trabajan los dos y él se encarga de todo lo que puede, nada que ver de lo que ocurría en mi época, donde un hombre, si quería presumir de tal, había muchas cosas que no podía hacer. Qué envidia me da. Igual va a comprar al mercado, que pone la lavadora, que se plancha una camisa, vamos, un mirlo blanco como dicen ahora. Pero eso no exime que hoy me encuentre aquí, solo asilado y como un viejo coche aparcado en un rincón, como si de un desguace de coches viejos se tratara.

Me entristece mi propia situación, mi merma de autonomía, tener que renunciar a mi casa, pero Manuela ha sido muy tajante o esto, o hablarían con un abogado para inhabilitarme, soy incapaz de controlar mi vida.

Yo insistía en que contrataría alguien para que cuidara la casa y de las cosas más elementales, pero tras el incendio de la cocina con el pertinente parte de bomberos y policía, de poco han servido mis planteamientos.

En parte la culpa la tengo yo, por ser tan cabezón, por no haber aceptado esta situación, nada más fallecer mi esposa, si entonces hubiera cedido, hoy seguiría controlando mi vida, viviendo en mi casa y disfrutando…

Por el fondo del pasillo veo aparecer a esa señora tan guapa, a la que he sorprendido un par de veces mirándome de reojo.

El otro día cuando mi Luci vino a verme con su marido y Manu, se sentó cerca de nosotros, no perdió ripio de la conversación, mi hija se desesperaba verme aquí, pero tras las amenazas de su hermana y su enfermedad poco podía hacer.

─Papá sabes que he hecho lo imposible, hasta Manu se ofreció a irse a vivir contigo.

─¡Claro, así en lugar de estar pendiente de uno, estaremos de dos¡ Ni que mi hijo fuera un inútil como sus dos zánganas, que hasta las tiene que limpiar el culo, mi hijo hubiera podido cuidar de ti, que estuvieras tranquilo en tu casa, pero…

─Tranquila hija, sé que te amenazó, me lo contó la vecina que escucho todo la conversación.

─Entiéndelo papá, moralmente me responsabilizará de cualquier cosa que te pudiera pasar y yo no estoy en condiciones…

─Tranquila hija, lo sé, no te preocupes, aquí estaré bien.

En ese momento vi como la señora elegante, me miró de arriba abajo, abriendo unos grandes ojos y se quedó con ganas de comentar algo.

Ahora se acerca a mí, viene directa, coge una de las sillas con brazos y la pone junta a la mía.

La miro expectante, ella me mira fijamente, ni siquiera me ha saludado, me observa como pensando la mejor manera de entablar nuestra primera conversación, en un par de veces hace gestos de comenzar a hablar, pero algo la detiene, cierra los ojos y…

─Sabes, soy una persona muy observadora, llevo aquí mucho tiempo, tanto que ya ni me acuerdo, eso sí, a diferencia de tú, lo hice por propia decisión ¿y sabes?, cada día estoy más contenta de la decisión que tomé.

La miro expectante, no sé dónde quiere ir a parar, me parece contraproducente cortar su diatriba y la miro en espera de que continúe con su pensamiento en voz alta, ese pensamiento que a manera de reflexión está dispuesta a compartir conmigo.

─Aquí, llegamos de tres modos diferentes a mi entender –continuó hablando ─ los que como yo lo hacemos convencidos, los que sin estar convencidos lo hacen como mal menor y los que como tú, no lo aceptan.

La miré incrédulo, no entendía como alguien que era una autentica desconocida, se atrevía a entrar en un aspecto tan íntimo de uno mismo, como si hablara de algo tan superficial como el tiempo.

─Por aquí desde que yo estoy ha pasado mucha gente, más de la que te puedes imaginar, alguno durante un tiempo breve, ya que al llegar aquí tenemos una cierta edad, pero el tiempo siempre pone todo en su sitio, algunos de la negatividad como tú, pasan a la resignación simplemente, otros se dan cuenta de lo erróneo de su primera impresión y a los pocos días cambian, pero no me da la impresión que tú seas de esos.

La miré con mucha indiferencia, dándola a entender que ni me interesaba su comentario, ni su punto de vista.

Ante mi mirada confusa, cambio de táctica.

─Veo que he empezado con mal piel, soy Nuria, tengo 70 años y aquí soy de las más veteranas, como te estaba diciendo he visto de todo entre estas cuatro paredes, la verdad que los que llegamos aquí, es por muy distintos motivos, casi ninguno es por voluntad propia o convencimiento como es mi caso y solo algunos lo asumimos con absoluta normalidad.

─Yo soy Manuel y no sé porque tengo la impresión, que sabes mucho más sobre mí, de lo que yo sé sobre ti.

─Soy muy observadora, me fijo en todo y tú desde el primer momento no me pasaste desapercibido, aunque he de reconocer que en un principio me confundí.

─¿Te confundiste?

─Sí, pero solo a medias, el otro día cuando te visito…

─Cuando estuvo aquí mi Luci.

─Sí y tú Manu, supongo que él otro era tu yerno.

Así es, un hombre bueno, pero excesivamente callado, yo lo quiero como a un hijo, ha hecho a mi hija feliz y eso para mí es más que suficiente.

Esa fue nuestra primera conversación, la primera vez que cruzamos una sola palabra. Esa noche al encerrarme en mi habitación, ya la misma, no me pareció ser tan sórdida que hasta pocas horas antes.

A la mañana siguiente, me levanté con esa sensación de dar gracias por ver la luz de un nuevo día, me tomé el desayuno con una alegría desconocida desde que estaba aquí, pero a media mañana cuando me pasé por la cafetería antes de dar un paseo por el jardín y me la encontré a ella tomándose una infusión, creo que me cambió hasta el gesto de la cara.

─Buenos días Manuel –me dijo desde la distancia moviendo el brazo para que me acercara a ella.

─Buenos días Nuria, da gusto charlar con gente que tiene esa jovialidad que tú tienes.

─Pues ya ves, hoy no me he levantado con muy buen pie.

─¿Y eso?

─Ha debido de ser una bajada de algo, azúcar supongo, apenas he tenido tiempo a volver a dejarme caer nuevamente sobre la cama y solo un buen rato después y con movimientos lentos he sido capaz de incorporarme.

─¿Habrás llamado a alguien?

─Tranquilo Manuel, no es la primera vez, una termina acostumbrándose a todo.

─Pero al menos te habrás ido a tomar la tensión, ¿no?

─Que exagerado eres, la cosa no es para tanto, me he tomado una infusión con doble de azúcar y ya ves, ¿dirías tú que me ocurre algo?

Debí quedarme embobado mirándola, en mi pensamiento una sola idea, de habérmela encontrado por la calle, seguro que habría vuelto la cara para mirarla.

─Estas preciosa –debí de decirlo de tal manera que Nuria se me quedó mirando fijamente, me hizo una leve caricia en la cara y me sonrió.

─Manuel, iba a dar una vuelta por la calle hasta la hora de la comida, ¿me acompañas?

─Será todo un placer para mí.

Cuando volvimos a la residencia, era una persona diferente, nada más cruzar la puerta del recinto al salir, Nuria se colgó de mi brazo, la miré con placer.

─Perdona, si te molesta…

─Molestarme, para nada, con mi mujer siempre íbamos a unos centímetros el uno del otro, como si fuéramos unos extraños.

─Más o menos como lo que somos tú y yo.

En ese momento la miré a los ojos, la cogí de la mano derecha y se la bese tiernamente.

─Tú no eres una extraña para mí, eres mi ángel.

Ella sonrió y me devolvió el beso, pero en la mejilla, aún no me creo lo rápido que fue todo, lo bien que nos entendimos desde ese primer encuentro entre los dos.

Cuando Luci vino a verme, Nuria se acercó a nosotros con mucho tacto, pero mi mirada me debió delatar, porque al salir con ella a la puerta de la residencia, al despedirse de mí con un beso y fuerte abrazo, me dijo al oído.

─Hoy papá me voy muy contenta, ya veo que aquí no estás solo, que tu cara relajada me lo dice todo.

─La sonreí, la miré y la pregunté, ¿te gusta?

─A quien debe de gustarte es a ti y tengo la impresión que te gusta y mucho.

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