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La ambición de una reina




De la mañana a la noche, el alegre palacio del Reino Feliz se convirtió en un triste y oscuro lugar.

Según le habían dicho al pequeño príncipe Jaime, su padre el rey Guillermo el Grande se había ido al cielo.

Ese mismo día, todos los espejos de Palacios fueron cubiertos de gruesos paños de tela, las cortinas fueran corridas, dejando el palacio a cal y canto, cerrado y oscuro.

Atrás quedaron esos alegres días, en los que los rayos de sol que procedían del exterior iluminaban las amplias salas, dónde fiestas y recepciones se sucedían continuamente y el pequeño Jaime no paraba de corretear alegremente por ellas.

El príncipe Jaime era apenas un niño de cuatro años, no entendía absolutamente nada, y en solo unas horas, había pasado de ser la joya de palacio, querido y mimado por todos a encontrarse recluido en una sala de un rincón de Palacio y acompañado exclusivamente por su aya Matilde.

El pequeño príncipe Jaime, pasó de tenerlo todo, a ser ignorado en palacio. Matilde trataba de cumplir todos los objetivos posibles con él, todo aquello que estaba en sus manos, de este modo, le mimaba, le acariciaba, le cantaba, jugaba, reía con él, trataba de bailar; pero el pequeño Jaime igual que al resto de la gente de palacio parecía que se le había ido la alegría que tenían dentro.

La reina lejos de preocuparse de su pequeño Jaime, le ignoraba totalmente un día tras otro, jamás iba a verlo, y el príncipe Jaime echaba en falta ese beso de buenas noches que tan solo hace unos días, su madre acudía cada noche a darle.

Sí fueron meses oscuros y tristes, meses donde el príncipe no encontraba ningún tipo de sentido a lo que estaba ocurriendo, no entendía nada, no entendía por qué su papá ya no estaba con él, no entendía por qué su madre renegaba de tenerle a su lado.

El pequeño príncipe no era conocedor ni de secretos de estado, ni de posesiones, ni cómo gobernar un reino era un simple niño de cuatro años, un niño ajeno absolutamente a todo, ajeno al poder, ajeno al dinero, ajeno a la ambición, ajeno a lo que entre las cuatro paredes de palacio estaba ocurriendo.

En el exterior y sobre todo en el mercado de los domingos, los murmullos empezaron a correr de corrillo a corrillo:

—De Palacio cada día salen más cosas—decía uno de los mayordomos de palacio—

Según algunos estaba quedando el palacio vacío, se rumoreaba en general

—Ayer vi como en grandes halcones, se llevaban todas las joyas de palacio —decía la cocinera a una amiga, que se había encontrado en el mercado.

En otro rincón uno de los mayordomos afirmaba:

—Se están embalando todas las obras de arte de palacio para llevarlas a otro palacio en otro reino.

Eran muchos los rumores que corrían eran muchas las voces que empezaban a alzarse eran muchos los que, con gran desagrado, observaban como día a día palacios estaba quedando vacío.

Se habían llevado todo el dinero depositado en las arcas, poco a poco las joyas habían desaparecido, y ahora eran las obras de arte.

Pero fue cuando empezaron a desfilar el exquisito mobiliario de palacio, el momento en el que el pueblo se alzó en armas.

Los muebles de palacio, bellos como pocos, de nobles maderas y marquetería, trabajada por las manos artesanas de los artistas del reino, empezaban a salir también por las puertas de palacio y eso el pueblo no lo pudo soportar.

Muchos de esos muebles, eran regalos del propio pueblo, regalos que había recibido el rey Guillermo el Grande; un rey bondadoso, un rey querido por todos sus súbditos, un rey justo y equitativo y ahora nada parece importar, nadie gobernaba el reino, la reina prácticamente estaba desaparecida, y totalmente ocupada en expoliar palacio, y el pequeño príncipe empezaban a correr los rumores que estaba encarcelado en una sala oscura de palacio.

Nadie luchaba por los derechos del pequeño príncipe, nadie hacía las funciones que le corresponderían a él en el futuro, cuando fuese mayor de edad y pudiera gobernar con responsabilidad el reino.

La reina que tenía que ejercer la regencia, hasta el momento en que el príncipe pudiese hacerse cargo de la gestión del reino, apenas se la veía por palacio y cuando aparecía, era para dar órdenes de sacar cosas y más cosas de cada una de las salas.

Pero ese domingo, cuando los rumores de que los muebles más exquisitos de palacio estaban siendo preparadas para salir de la villa, cuando el pueblo se congregó ante la reja de este y a gritos exigió que no se produjese ni un solo paso más, en el expolio de la riqueza del pequeño príncipe.

Si, el pueblo, siempre el pueblo es el que tiene que velar por las injusticias, y en este caso es mucho más grave por las injusticias que una madre, la reina, estaba cometiendo contra su propio hijo, el príncipe Jaime.

La gente realmente se alteró, cuando un lacayo de un reino lejano apareció en el mercado de los domingos, venía acompañado de un grupo de caballeros socarrones, altivos y en algún momento groseros.

—“Traemos órdenes de nuestro príncipe, de trasladar la sala del trono de este palacio a nuestro reino, allí será donde nuestro príncipe gobernará junto con la reina, contrayendo nupcias, una vez pasado el duelo real haya concluido”.

Estas palabras comentadas en las cantinas, por el grupo de gente que acompañaba al lacayo de este reino lejano, incendió los ánimos de la gente. La reina, ya no sólo tenía abandonado el gobierno del reino, no sólo tenía prisionero al pequeño príncipe, sino que además, tenía preparada esta felonía para cuanto fuera posible casarse con el príncipe de este reino lejano y por eso estaba vaciando palacio de todos sus bienes, para transportarlos a ese otro palacio donde en el futuro reinaría; abandonando así a su hijo, abandonando al pueblo de su marido, abandonando al reino de la que actualmente la reina era la gobernante.

Pero era una reina avariciosa, una reina sin prejuicios de ningún tipo, sin miramientos ni escrúpulos, una reina que solo miraba por ella, y por su bienestar.

Esa noche, todos los habitantes del Reino Feliz, antorchas en mano, y cualquier utensilio que fuese útil en la otra, rodearon palacio:

—“¡Que salga la impostora!, no queremos a una reina traidora, queremos ver a nuestro príncipe, a nuestro legítimo heredero, a nuestro futuro soberano, y que la reina pague la infamia que está cometiendo con nuestro reino, y que la reina quede presa, en la propias cárceles de palacio”

En un ataque más de osadía, saltaron la verja del palacio y aporreando la puerta, hasta hacerla caer, se introdujeron como hordas violentas, en cada una de las salas de este, buscando a la impostora, buscando a la traicionera, a la felona de la reina.

Algunos de los lacayos de palacio, tratando de protegerla, aseguraban que la reina llevaba varios días fuera del mismo, pero el pueblo no es tonto, el pueblo sabía que esa noche estaba en palacio, y que tendrían que encontrarla, aunque para ello, tuvieran que mover todas y cada una de las baldosas del recinto real.

Así fue como la encontraron en la azotea del palacio, en una sala dedicada a guardar muebles antiguos, muebles que ya no lucían en las salas reales, y enrollada en una alfombra,

Encontraron a la malvada reina, el pueblo explotó de júbilo y sacándola a uno de los balcones de palacio aún envuelta en la alfombra, la exhibieron públicamente, exigiendo justicia.

Desde el patio de palacio, las enfurecidas sordas clamaban que fuese encerrada de por vida en lo más sórdidos y húmedos calabozos de palacio.

Cuando las noticias llegaron al príncipe de ese reino lejano intentó formar un ejército para atacar al otro reino y recuperar a su princesa.

En un principio, esto sirvió, para que la reina, fuera nuevamente liberada por su propia guarda, pero fue entonces cuando este príncipe, asesorado por el Consejo del Reino, escuchó lo siguiente:

“Majestad, pensad bien vuestros pasos, El Reino Feliz, es un reino con el que nunca hemos tenido problemas, esta mujer es actualmente su reina.

Una mujer y una reina que es capaz de hacer eso a su propio reino, y lo que es peor, a su propio hijo, ¿que no sería capaz de hacer aquí?, en un reino al que somos indiferentes, un pueblo, al que no la une absolutamente nada, y que probablemente, tras conocer esta historia, un pueblo que jamás la aceptará gustosamente como reina.

El príncipe se pasó toda una noche meditando, a la mañana siguiente, nada más amanecer, subió a su caballo y se dio un largo paseo por los bosques aledaños a palacio, al final el príncipe fue a parar a esa fuente mágica qué hay cercana al lago.

Dicen que, si te quedas mirando fijamente la profundidad de las cristalinas aguas de la fuente, en ellas se puede ver el futuro.

El príncipe se quedó concentrado fijamente, en un principio sólo veía reflejada su imagen en las cristalinas aguas, estas hacían de espejo.

Tras unos minutos, las aguas empezaron a moverse suavemente, la cara del príncipe se fue transformando, hasta convertirlo en un rey adulto, era como si de repente hubiese envejecido decenas de años.

En esta imagen reflejada en las aguas el príncipe ya no llevaba corona, el príncipe había sido despojada de su corona, de sus vestidos, ahora su cuerpo estaba envuelto en harapos, era como si alguien le hubiese desposeído de su reino y de todos sus bienes.

De repente la imagen del príncipe desapareció, y apareció la imagen de la reina, su enamorada, la vigente reina del Reino Feliz. Aparecía altanera, sí con una belleza singular, pero déspota y engreída, como antes nunca una mujer había sido.

—“¡Todo esto es mío, todo el reino!, todas sus posesiones, y todos sus habitantes me pertenecen, ¡yo soy la única reina, yo soy quién manda aquí!, yo soy la poseedora de todo lo que hay en el reino, sean bienes, o sean personas”.

El príncipe de un sobresalto se levantó del borde de la fuente, el oráculo de la esta, que reflejaba el futuro, sé le había manifestado crudamente al príncipe, dejando latente y bien de manifiesto, que su amada era una reina malvada, que lo era con su reino, y lo sería con el suyo en el futuro.

Tuvo claro, que a él no le quería, que él era un simple instrumento, para hacerse dueña y señora de su reino, el reino más próspero, de miles de kilómetros a la redonda, El Reino de la Abundancia, del cual, él era el príncipe heredero.

Esa misma tarde, el príncipe pidió audiencia a su padre, y les expuso sus malos augurios.

—Hijo a mí oídos habían llegado voces, que no aconsejaban este compromiso tuyo, algunos de mis consejeros habían sido advertidos de que es una reina, carente de escrúpulos, una reina que no sabe lo que es la bondad, ni siquiera los sentimientos de madre a su propio hijo, una mujer así no es merecedora de compartir reino contigo.

—Entonces padre contengamos nuestro ejército, y no nos metamos en guerras que no nos corresponden.

En la sala del trono del Reino Feliz, la reina impartía “justicia”, por doquier se apoderaba de posesiones, mandaba cortar cabezas sin tino, era cruel, a pesar de que sabía que estaba rodeada de un pueblo, que cada día estaba más enaltecido en contra de ella, y que cada día, exigía que depusiera su poder.

Pero el paso definitivo no se dio hasta que llegaron las noticias de qué su amado el príncipe, no iba a acudir en su ayuda que, a los oídos del príncipe, había llegado la maldad y crueldad de la reina, y que, de ningún sitio, iba a tener ayuda, ni compasión.

Fue entonces cuando los partidarios del pequeño príncipe Jaime, decidieron dar el paso definitivo, fue cuando ya perdieron todo el respeto que tenían a la reina, desde que fue atrapada enrollada en una alfombra, la habían tenido semi prisionera en su palacio, pero era la gente era la que mandaba, y aconsejado por el Consejo del Gobierno del Reino, el pueblo había cedido y lejos dejarse llevar por sus impulsos y haber encerrado a la reina en una de las salas más oscuras y lúgubres del sótano del palacio, la dejaron seguir mandando, seguir siendo déspota, y ella, día a día, se había crecido, esperando los ejércitos de su príncipe amado.

Pero todo cambió, el día que una comitiva del Reino de la Abundancia llegó, haciendo sonar sus clarines a la puerta de palacio.

La reina al tener noticias de ello se engalanó como jamás la había visto, en espera de su príncipe amado. Ese príncipe que la llevaría a lomos de su corcel, para hacerla la reina del país más grande de todos los alrededores.

Pero qué lejos estaba la realidad de todo esto, lo que llegaba era un simple emisario, para anunciarla que el compromiso había sido roto, que el príncipe nunca vendría a recogerla, y que si era necesario lo que mandaría era su ejército, para proclamar y garantizar, los derechos del pequeño príncipe Jaime.

Fue en ese momento cuando el pueblo definitivamente se sublevó, entró violentamente en palacio e hizo prisionera a la reina, y a los malos consejeros que la habían estado protegiendo hasta el momento,

Crearon un Consejo de Regencia, un Consejo afín y fiel al príncipe Jaime.

Así fueron transcurriendo los años, educaron al príncipe, hasta que, al cumplir su mayoría de edad, fue nombrado rey.

Por sus gestos, por su bondad, por su sabiduría, por su equidad a la hora de ejercer justicia, en el reino se le conoce como Jaime, El magnánimo.

Y colorín colorado, así es cómo la historia de la ambición de una reina, de este modo aquí ha acabado.













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