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El principito malvado

El principito malvado



Érase un vez, en un reino cercano llamado Maldad, donde vivía un pequeño príncipe qué hacía honor al nombre de su reino.

Apenas tenía siete años, pero era egoísta, caprichoso, gamberro, ya que solo pensaba en hacer trastadas, y sobre too el mal, a todos aquellos que le rodeaban

El pequeño príncipe era excesivamente caprichoso desde su nacimiento, todos estaban alrededor de él y así fue como aprendió que, cuanto más trastadas hiciera, más pendientes de él estaban.

Era egoísta, egocéntrico, sólo pensaba en él, y en sus caprichos. Apenas siendo bebé, se dio cuenta que la mejor manera de conseguir todo aquello que le apetecía, era llorando, y organizando fuertes pataletas. Con solo dos años, su hermano pequeño que acababa de nacer, ya le ocasionaba fuertes molestias, y en cuanto su madre, o cualquiera de las niñeras se acercaban al pequeño, él cogía una impresionante rabieta, lloraba sin cesar, hasta que todos los ojos se volvían hacia él, y le dedicaban todo el tiempo del mundo a él.

Tenía solamente cinco años, cuando su hermanito Jorge quiso cogerle el caballo de madera que era un balancín y su juguete favorito, el príncipe Alfonso se tiraba horas jugando a guerras y a matar a los enemigos, y cuando su hermano pequeño, intento subirse a su caballo, este de un fuerte empujón lo tiró al suelo. Afortunadamente que fue a caer sobre una de las mullidas alfombras de palacio, si hubiera sido en otras circunstancias, el pequeño Jorge hubiese salido muy mal herido.

El principito Alfonso era malévolo, a veces se entretenía cogiendo a sus perros, sus pequeñas mascotas que estaban todo el día con él jugando, y tratando de hacerle las horas mucho más alegres y llevaderas. Él les ataba fuertemente, latas de hojalata para que, los pobrecitos al moverse y correr, se asustasen ellos mismos del propio ruido, que las latas organizaban por el empedrado del patio de palacio, era cruel, era malvado, no tenía sentimientos y de este modo los pequeños amigos que habían ido acercándose al príncipe, los hijos de otros cortesanos que vivían en el propio palacio, le habían ido abandonado, y ahora el principito se encontraba, muy, muy solo.

A la edad de 7 años, ya empezaron a formarle en el tema de las armas, manejaba la espalda con una cierta soltura, y ese otoño su padre por primera vez le llevó con él a su primera cacería.

Todos estaban pendientes de él, era un niño muy pequeño, pero los cazadores no podían pensar en lo cruel que el principito, podía llegar a ser.

Él no tiraba a matar a los animales de caza para después comerlos, él intentaba malherirlos, para que sufriesen, y tuviesen una muerte muy agónica, y muy dura,

Al quedar malheridos y no poder moverse, tampoco podían alimentarse. Esto ocurrió con un pequeño zorro al que hirió en las patas traseras, apenas podía arrastrarse por el suelo para cobijarse y no pasar frío o encubrirse de otras alimañas mayores, de las que él podría ser alimento. El pequeño zorro tardó dos semanas en morir, morir de sed y de hambre, y así fue cómo fue acrecentando la maldad del príncipe Alfonso

En Palacio ya todos estaban advertidos, estaban sobre alerta, y al príncipe Alfonso jamás le dejaban que se acercarse a su pequeño hermano Jorge.

Jorge por todo lo contrario era un niño sonriente, alegre, bondadoso, al que todos querían, mientras que Alfonso según crecía, iba siendo el niño más detestado, de todo el Reino de la Maldad.

Por supuesto el principito jamás iba al colegio, por su habitación de palacio, pasaban una docena de maestros, que enseñaban las diferentes disciplinas, unas para que fuese un hombre culto, otras para que fuese un digno gobernante de su reino, pero el príncipe Alfonso, lejos de mostrar interés por ninguna de las disciplinas que le eran enseñadas, se dedicaba a maltratar y menospreciar a todos y cada uno de sus maestros.

Su padre el rey era incapaz de meterle en vereda, y solamente cuando le amenazó con desheredarle, y que fuese el príncipe Jorge el futuro rey, se aplicó, pero lo hizo sólo en aquellas asignaturas, qué le servían para ser rey, sólo en aquellas que, a él, de alguna manera le pudieran interesar para que no fuese desbancado de la corona.

Ante el temor de que no fuese el futuro rey, se aplicó, pero estaba predestinado a ser un rey ignorante, un rey que no conocía nada más que aquello que tuviese que ver, con la disciplina del gobierno del reino, de imponer a los demás que es lo que a él le gustaba, de someterlos, de ser cruel y malvado, y que aunque en el reino se pasase hambre o enfermedades, él pudiera vivir la vida de rey que le apetecía.

Fue una mañana de primavera cuando a palacios se acercó como invitada, la princesa Helena.

Helena era la princesa del Reino vecino, y que, desde pequeños en ambos reinos, se veía con buenos ojos, que tanto la princesa Helena y el príncipe Alfonso, tomaran nupcias cuando fuesen adultos.

La princesa Elena venía a conocer a Alfonso y pocas horas después e su llegada, abandonó precipitadamente el palacio del Reino de la Maldad.

—¡Es insufrible, egoísta, malvado!, yo jamás me podré casar con un hombre así. —dijo la princesa cuando volvió a su Palacio—

Esa noche, el príncipe Alfonso por fin bebió de su propia medicina, esa noche el pequeño príncipe descubrió que, si seguía comportándose de esa manera, siempre estaría solo y si estaba solo, nunca conseguiría a una princesa que le acompañase en su reinado, y de este modo jamás sería rey.

Era una de las normas desde el principio de los tiempos y que jamás sería rey alguien que no estuviese casado y que, de este modo, pudiera tener descendencia que asegurara tener un nuevo rey en el futuro.

Al día siguiente, cuando llegó su maestro de la vida, se encontró con Alfonso muy preocupado, muy cabizbajo, pensativo, en una situación que jamás lo había encontrado antes, ya que siempre era el tan altanero, le contestaba de malas formas y lo humillaba.

Pero el maestro, por encima de todo, era maestro y se preocupó por lo que le pasaba.

—Príncipe, me parece estar ante un desconocido.

—Así es maestro, estoy muy preocupado, hay muy pocas cosas en la vida que me interesen, pero lo que sí que tengo claro, es que mi objetivo y mi destino, es ser rey en este pequeño reino. Sé que ando muy confundido por la vida, que me dejo llevar por mis antojos y caprichos, que solo me divierto haciendo daño, y siendo malvado.

—Así es señor, así es como se ha comportado desde que es niño, toda la cortes lo sabe,

—Sí, ya lo sé que todo me veis de esta manera, y si me veis de esta manera, es que seguramente que así sea, pero…

—Pero ¿qué?, señor.

—Que, de esta manera, nunca conseguiré a una princesa para que me acompañe a reinar, y si no hay princesa, no hay reino que gobernar.

—Así es majestad, no puedes ser rey si no tiene una reina a su lado, ——Entonces maestro, ¿Qué debo de hacer?

—Majestad, yo puedo indicarle muchas cosas, pero por mucho que yo le diga, por mucho que le diga alguien de este reino, si usted no cambia su forma de pensar, su forma de ser, su forma de actuar, de poco le van a servir los consejos.

—¿Entonces?

—Alfonso, con toda mi humildad, si usted me lo permite, yo solo le aconsejo una cosa, váyase al bosque, piérdase durante unos días en el Palacio de Verano, pero no lo haga por divertimento como lo ha hecho hasta ahora, céntrese en usted, en lo que usted quiere hacer, en cómo lo puede llevar a cabo,

Solo así, si del fondo de su corazón sale una reflexión, si sale de dentro del alma, estoy seguro de que, esta decisión será mucho más importante que los cien consejos, que todos los consejeros del rey le podamos dar.

Esa noche Alfonso no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama, pensando y pensando cual podría ser la solución para su problema, cómo podría ir acertado en sus decisiones, y cómo podría llevarlas a cabo.

Al despuntar el alba, Alfonso pidió verse con su padre, y éste, le recibió después del desayuno en el salón del trono.

—¿Qué te pasa hijo?, que me reclamas audiencia con tanta urgencia.

—Padre necesito reflexionar, si usted me da su permiso, me gustaría retirarme por unos días al Palacio de Verano para poder ver con más claridad mi futuro

—Si así lo deseas, lo dispondré todo, y mañana podrás partir

—Gracias padre, creo que, por esta vez, se sentirá orgulloso de mí.

A la mañana siguiente el príncipe Alfonso partió hacia el Palacio de Verano, con él se llevó a una doncella y a su mayordomo para que lo ayudaran en todo aquello que necesitara en el ámbito doméstico, pero no pidió que le acompañaran ninguno de sus maestros.

Tras hablar con su maestro de la vida, el príncipe era consciente que las respuestas, era algo que tenía que fluir de su interior, algo qué le llevase a descubrir lo que tendría que hacer en el futuro, para ser un buen príncipe y conseguir a una buena princesa que lo amara.

Al tercer día de estar Alfonso en el Palacio de Verano, decidió dar un largo paseo por el bosque, un largo paseo a lo más profundo de su reino, y fue allí donde se encontró con Aglaya, el hada de la bondad que había sido desterrada de palacio por este mismo motivo, por ser un hada buena y bella, en el Reino de la maldad.

Alfonso nunca había oído hablar de ella, siendo así que, cuando se encontraron en lo más profundo del bosque, se sobresaltó, pero Aglaya con una amplia sonrisa, enseguida le ofreció tranquilidad.

—No os preocupéis majestad, de mí nada malo podéis esperar.

—Pero ¿Qué haces aquí tan sola? una mujer perdida, en lo más profundo del bosque.

—Majestad, fui desterrada por vuestra madre y aquí, realmente soy una mujer feliz.

Alfonso la miró de arriba abajo, indiscutiblemente su belleza era turbadora, y entendió porque su madre no quería tener una mujer tan hermosa, en el mismo Palacio

—Y ¿Cómo podéis vivir sola y aquí?

—Me las apaño bien, el bosque me da frutos y tampoco tengo problemas para conseguir caza, sólo necesito estar tranquila y disfrutar de todo aquello que tengo a mi alrededor.

—¿Cómo es posible que tú, sin tener nada y estando sola en medio del bosque, seas feliz?, y yo teniéndolo todo, riqueza, poder y vivir en uno de los palacios más suntuosos qué he conocido, y la vez sea tan infeliz.

—Infeliz mi señor, ¿Cómo es posible?

El príncipe Alfonso le contó su pesadumbre, asumió que era egoísta. que era excéntrico y malo, pero por el momento, ocultó su triste encuentro con Helena, la princesa del reino vecino.

—Majestad vivimos en un reino que se llama Maldad, creo que su forma de ser no tiene nada de singular en este reino.

—Si no tiene nada de singular, ¿por qué me siento tan infeliz?, ¿por qué nadie me quiere?, para ser el futuro rey, necesito tener una princesa de la que enamorarme, que se case conmigo y que de este modo sea la futura reina de mi reino.

—Majestad entonces usted debe de cambiar, debes de cambiar y mucho, pero debe ser un cambio que nazca desde el corazón, que nazca desde el convencimiento, que nazca desde esa bondad escondida en algún rincón de su alma.

—Sí, sí, las palabras son muy fáciles de decir, pero hacerlo. Llevarlo a cabo no es tan fácil.

Entonces Aglaya le invito a que pasara a su pequeña choza, le hizo sentarse en un pequeño poyete que era el único lugar donde poder descansar, en la pobre choza en la que habitaba el hada.

—Majestad, si le parece bien, cierre los ojos, y yo desde mis posibilidades, le ayudaré a que el cambio sea posible.

—¿Realmente me puedes ayudar? —preguntó el príncipe, con cierta desconfianza.

—Para poder ayudarle sólo necesito una cosa, que tenga fe en mí, y así todo fluirá perfectamente.

—Y ¿por qué he de tener fe en ti si no te conozco de nada?, igual lo que intentas es hacerme daño, o lo que es peor todavía, igual lo que intentas es matarme y hacer así que jamás pueda ser rey.

—Majestad, ese es el problema, que no confía en nadie, que no tiene fe en nadie, que sólo cree en usted, y eso es muy bueno, pero solo si va acompañado de otras cosas, y para ello debe empezar a creer en los demás, debe de empezar a creer en el ser humano, tiene que empezar a confiar, y así será cómo se empiece a producir el cambio interior, que para ser rey necesita.

—Y, ¿Cómo podré hacer esto?, y ¿Cómo podría hacer que mis súbditos me quieran, como quieren a mi padre?, y ¿cómo puedo hacer qué mí ser, cambie de un día para otro?

—Cierre los ojos, y confíe en mí.

Alfonso cerró los ojos el hada le puso un antifaz, y sacó de su puchero ardiente una infusión, qué lejos de oler mal, perfumó toda la estancia.

El príncipe inhalo de esta infusión, y poco a poco, fue entrando en un profundo y largo sueño.

Fue durante este sueño, cuando el hada Aglaya, metió en su cerebro la palabra bondad, una palabra que jamás nadie le había inculcado, y junto a ésta, sumo otras muchas palabras como empatía, confianza y al final, incluyó la palabra amor

Cuando el príncipe despertó de ese largo y profundo sueño, se sobresaltó, pero lejos de despertarse enfadado, lo hizo con una amplia sonrisa, su gesto adusto que muchas veces a los propios niños del Reino causaba terror, se había convertido en un gesto dulce, el príncipe era un hombre nuevo, un hombre alegre, positivo y tras dar las gracias a Aglaya, volvió al Palacio de Verano.

Allí la servidumbre esperaba preocupada, llevaban casi un día sin saber dónde estaba, y temiendo porque en el bosque lo hubiese ocurrido cualquier cosa, pero al verlo llegar, al verlo venir silbando por el camino con esa alegría en la cara, se relajaron y salieron felices a su encuentro. —Majestad, ¿Qué le ha ocurrido?, ¿Dónde ha estado metido este tiempo?

—No sé exactamente dónde he estado, sé que he cruzado un río, sé que subí una montaña, sé que he bajado a un Valle, y que en lo más profundo del bosque cercano a este, me he encontrado con alguien que me ha cambiado la vida de la noche al día.

Al día siguiente los tres volvieron al Palacio Real, y al llegar a la corte, todos los súbditos se dieron cuenta de que el príncipe Alfonso había cambiado, que ya no era el príncipe malvado y egoísta, que todos conocían.

Esa misma tarde, Alfonso quiso encontrarse con su hermano Jorge, los reyes lo permitieron tomando todas las cautelas del mundo, pero estás cayeron como castillo de naipe al ver cómo Alfonso, delante de pequeño príncipe Jorge se arrodillaba, fluyendo las lágrimas de los ojos, le pedía perdón por haberse portado tan mal con él desde el día que nació.

Eso solo fue el principio, Alfonso día tras día mostraba el cambio que había sufrido, recibía con alegría sus maestros, mostraba interés por todo aquello que querían enseñarle y solo en unos meses, el príncipe malvado, se había convertido en un dulce y sabio príncipe, un príncipe enamorado de la vida, enamorado de la gente, enamorado de su reino, pero que aún tenía el corazón vacío y necesitaba llenarlo de amor, la última palabra que el hada Aglaya le había inculcado.

Esa noche, tras un largo y tranquilizador sueño, el príncipe se despertó teniendo clara la forma de actuar, volvió a solicitar audiencia con su padre, y le pidió volver al bosque donde estaba situado el Palacio de Verano, el objetivo era claro, era encontrarse de nuevo con el hada, y pedirla su mano para que fuese su princesa, para que fuese la futura reina del Reino de la Maldad, el hada le dijo:

—Majestad, yo no soy digna de ser reina, soy una simple súbdita que por mis venas no corre sangre azul.

—Eso son tonterías, lo único que importa es que yo me enamoré de ti, desde el mismo momento que te conocí y quiero que me ayudes a ser recordado como el mejor rey del Reino de la maldad.

—Pero, ¿Cómo vas a ser el rey bueno, del Reino de la maldad? no tiene ningún sentido, si eres bueno el reino no se puede llamar Maldad.

Al volver a la corte, Alfonso se entrevistó de nuevo con su padre, y le dijo que había encontrado el amor, aunque ésta no era una princesa de un reino vecino, sino un hada que habitaba en lo más profundo del bosque y qué hacía algunos años que había sido desterrada por su propia madre, la reina Maligna.

El rey recordaba perfectamente a Aglaya y entonces contó al príncipe Alfonso, la historia del hada.

—Aglaya estaba predestinada para ser la futura reina y que Maligna, su mujer, había ordenado desterrarla a lo más profundo del bosque en la seguridad, de que, en este, estando sola, en pocas semanas fallecería por hambre, o víctima de las alimañas que habitaban el bosque.

El rey tenía gran cariño por Aglaya, la conocía desde que había nacido, era hija de su mejor amiga, sabía que en su corazón no había nada que pudiese perjudicar al reino y qué casándose el príncipe Alfonso con ella, transformarían profundamente al reino, tal y como a él le hubiese gustado hacerlo, de no haberse entrometido la reina Maligna.

—Hijo y ¿Dónde está el problema?, yo te doy mis bendiciones para casarte con Aglaya

—Pero padre, ella me dice que, si quiero ser un rey bueno, no puedo reinar en un reino que se llame Maldad.

Entonces, fue cuando el rey le contó la historia por la que el rey había cambiado de nombre al reino que acaba de heredar de su padre, el rey Buono, fue cuando se casó con Maligna, y esta le puso tres condiciones.

—Sí te quieres cansar conmigo, tienes que cumplir estas condiciones:

Cambiar el nombre al reino y que este se llamé Maldad.

Expulsar a Aglaya y su madre de la corte y desterrarlas al bosque.

Que el primogénito varón, se llame Alfonso como mi padre.

Así fue hijo, como el Reino igualdad, pasó a llamarse Maldad y el reino se convirtió durante décadas, en un reino triste, y aislado del resto de los reinos

—¿Entonces padre?

—Hijo el destino te trajo aquí para que tú cambies el reino. para que tú puedas cambiar el futuro de esta gente, que a pesar de mis comportamientos erróneos, a pesar de la maldad de tu madre, nos sigue queriendo y protegiendo.

Sólo tuvieron que pasar unas horas, para que el príncipe Alfonso tomará la más importante de sus decisiones y fue así como se lo comunicó a su padre al día siguiente.

—Padre voy a partir a buscar al hada Aglaya, le voy a pedirle que se case conmigo y el día de nuestro matrimonio anunciaré a todo nuestro reino que el día que llegue a ser rey éste cambiará de nombre y volverá a ser llamado El Reino Igualdad como tú lo recibiste a ser nombrado rey.

—Me parece justo hijo, así será como nuestro pequeño reino volverá al camino que siempre ha llevado, volverá a ser el mismo reino que ha sido siempre y que yo al confundirme, al enamorarme de tu madre, he torcido su trayectoria durante décadas.

El hada Aglaya fue recibida en la corte con gran algarabía por parte de todo el mundo, menos de la reina Maligna, esta la miraba con recelo, con malos ojos, pero sabía que había tenido una larga lucha con el hada Aglaya y en esta guerra, ella había sido la gran perdedora, ella había perdido y debía claudicar ante los designios del destino.

En pocas semanas, El Reino de la Maldad fue transformándose poco a poco, su gentes parecían más alegres, más felices, la comida ya no escaseaba, todos los niños iban al colegio, y las madres cada mañana, salían a la puerta de sus hogares a despedirse de ellos con una amplia sonrisa.

Hasta el cielo parecía mal azul y luminoso, y tras la muerte del rey, el príncipe Alfonso subió al trono, El Reino de la Maldad, por los siglos de los siglos, se convirtió en el Reino de la Igualdad y colorín colorado la historia del príncipe Alfonso, aquí ha terminado.

Fin.

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