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La niña de las coletas

Capítulo II

La niña de las coletas




Soy Sara, tengo 22 años, y a pesar de ser muy joven y en este momento absolutamente feliz, mi vida no ha sido un camino de rosas.

Reconozco que a veces el inicio, parte de un asunto nimio, de algo que en la mayoría de las veces carece de importancia, este es mi caso, y seguramente que si hubiera tenido algo más de carácter, algo más de iniciativa, aquello se hubiera cortado de raíz en pocos días, pero no fue así, era una niña, no tenía capacidad de actuación, de reacción, y mi madre la pobre en aquellos momentos, tenía otros fuegos que apagar, otras urgencias mucho más apremiantes, que fijarse en mi estado de ánimo, aunque sé que estaba atenta a ello.

Cómo otras muchas veces en mi vida, tengo la impresión de haber empezado la casa por el tejado.

A la edad de 6 años, mi madre Mar y yo, nos cambiamos de casa, de barrio, incluso de ciudad, pasamos de vivir en un tranquilo pueblo, en la casa familiar de mi padre, a irnos a un barrio a las afueras de Madrid, y este barrio no era precisamente de estos nuevos a dónde la gente de clase media con un cierto poder adquisitivo, se suele establecer, yo desde mi escaso conocimiento social, diría que el barrio al que nos trasladamos está casi rozando lo marginal, un barrio venido a menos, y lo que hace años era considerado un barrio obrero, hoy…

Lo que ocurrió con mis padres se podría decir que fue un auténtico flechazo, las fiestas del pueblo, un bonito pueblo al sur de Madrid, mi madre acompañaba a una amiga que era de allí, a la semana siguiente ya eran novios oficiales, mi madre por su parte, apenas tenía una tía en Cataluña, algún primo que jamás había conocido y una abuela que siempre renegó de ella.

La familia de Carlos, mi padre, la recibió con los brazos abiertos, durante estos años, han sido su propia familia y para mí, mi mundo, mi universo, todo lo tenía con ellos, pero como en todo cuento de hadas, siempre aparece una bruja malvada, una bruja que todo lo retuerce y acaba con lo bonito de la vida.

Su nombre es Luisa, fue novia de mi padre de adolescente, le hizo mucho daño y le dejó con el corazón destrozado, cuando se fue a la ciudad a vivir con otro, con más posibilidades económicas, y un tipo de vida menos provinciano que el que mi padre le podía ofrecer.

En mi fiesta de cumpleaños al llegar a los cinco, salto la primera alarma, ella se dejó caer por el pueblo, nadie la prohibió la entrada, y allí comenzaron nuestros problemas, poco a poco se fue haciendo con mi padre, las escapadas inesperadas, hasta que una noche no vino a dormir a casa, yo veía a mi madre preocupada, a mi abuela muy nerviosa, era obvio hasta para una niña como yo, que las cosa no iban bien.

El carácter de mi padre cambió, ya no era tan cariñoso conmigo y aunque seguía siendo su princesa, ya no era igual, ya no estaba tan pendiente de mí y yo sentía como se alejaba.

Un día volví antes de lo previsto del colegio, había vomitado y la profe me mando a casa, en los pueblos todos nos conocemos y una compañera de clase me acompañó hasta la puerta de casa, puerta que normalmente estaba abierta y no era necesario ni utilizar llave, ni llamar al timbre para entrar.

En la cocina estaban mi madre y mi abuela hablando, las dos lloraban, se abrazaban y no sabían que hacer, yo no entendía nada, pero pocos días después todo se aclaró.

Mi padre iba a tener otro hijo con Luisa, y aunque los abuelos nos dijeron que esa era nuestra casa, mi madre por orgullo, por alejarse de allí, tal vez por buscar su propio camino, encontró un trabajo de limpiadora en la Renfe y en cuanto encontró una casa de alquiler asequible, nos mudamos.

Fueron tiempos duros, ella trataba de que no la viera llorar, pero fueran muchas noches, ella aún estaba totalmente enamorada de mi padre, con él había encontrado una familia, una estabilidad, y ahora, se encontraba sola, indefensa, empezando una vida, siendo nueva en un lugar desconocido.

El primer día de clase en el colegio nuevo, me lavó, me peino esmerándose en hacerme esas dos coletas que a ella tanto le gustaban y poniéndome el trajecito de los domingos, me acompañó de la mano al colegio.

Ese día pasé mucha vergüenza, todos me miraban, yo me sentía como una niña normal, pero a algún graciosos le debieron hacer gracia mis coletas y a otro se le ocurrió que eran las mismas de una película que recientemente habían echado en la tele, La tonta del bote, con Lina Morgan como protagonista y así pasé de ser la nueva, a la tonta del bote, siendo el hazme reír de ese grupito que llevaba la voz cantante en la clase.

Por timidez no supe gestionar aquello, mi madre me observaba, pero lejos de pensar que el problemas era este, pensaba que tal vez ella debía de haber aguantado, habernos quedado en casa de los abuelos y así quizás, así con el tiempo, tal vez volviera la calma, que mi padre retornara a casa y así no me tendría que haber hecho pasar por esto.

A mí, por mi parte me ocurría algo parecido, de alguna manera me consideraba culpable de lo que me ocurría, igual no sabía relacionarme con los demás, tal vez por ese ego interno que nos permite salir adelante en nuestro mundo, cada vez más reducido, en mi mundo interno a veces pensaba que era yo la que no me quería relacionar con los demás, pero nada más lejos de la verdad y esto lo supe en el momento en que me pusieron gafas, entonces el acoso se intensificó, era su distracción, su entretenimiento, ya tendría los 8 años, igual iba para nueve, ese año hacía la primera comunión, de allí saqué mis fuerzas para seguir adelante, ese año nuevamente estaríamos todos juntos, y sería gracias a mí.

Ese día fue un punto de inflexión, y lo fue en más de un aspecto, por un lado la decepción, mi padre no estuvo, fue el único que faltó, por imposición de su nueva familia, pero los abuelos no me fallaron, tampoco el tío Pedro, que tanto apoyo me ha supuesto en esas noches amargas a través de Skype, en las que me recordaba lo preciosa que era, lo mucho que valía, y tratando de quitar importancia a todo y resaltado lo absurdo del comportamiento de mis compañeros de clase.

Pero la vida, siempre trata de equilibrar las injusticias, y al igual que durante los primeros años era yo sola, con el paso del tiempo, fueron otros chicos y chicas, los desterrados del reino, nos llamaban los frikis, unos por tener gafas y coletas como yo, otro como el caso de Luis, por ser el empollón de la clase, Lourdes por ser gordita, Tere por vestir a “lo paleto”; ya no estaba sola, ya era una más del grupo de los desheredados, de los apestados, pero ya no era lo mismo, ya podíamos ir al cine en grupo, quedar para estudiar, que gracias a la ayuda de Luis, éramos el grupo de los estudiosos, también nos apuntamos todos a una nueva actividad, al grupo de teatro, de ese modo, hubo una gran inversión de roles, y de ser los frikis, en poco tiempo empezamos a ser incluso, más populares que aquel grupo de presión, que tanto daño nos había hecho durante toda la niñez.

Al pasar al instituto, ya todo había quedado superado, había quedado difuminado, pero de los seis a los doce años, me sentí frustrada, rechazada, sola, castigada por el mundo y abandonada por este.

En el instituto, yo era una más, pero el grupo de los populares, otro muy distinto en este caso, aunque el perfil era siempre el mismo, tenían otros objetivos, otras víctimas, en este caso era un chico con gafas y la cara llena de granos, Charly como a él le gustaba que le llamaran y que este simple hechos, era también motivo de mofa, no era muy agraciado por esa cara de granos, se mofaban de él, incluso le acusaban de tener así la cara de tanto masturbarse, siendo este, otro nuevo motivo de burla.

Él era un chico sensible, sufrido, silencioso, sus padres se acaban de separar y eso fue lo que a mí me removió, para empatizar con él.

Los primeros acercamientos no fueron fáciles, pero un día le conté la historia de la niña de las coletas, yo a estas alturas, había desarrollado, tenía una bonita melena castaña, ya no llevaba gafas y como chica algo, estaba muy desarrollada para mis trece años.

Fue algo lento, tal vez demasiado natural, durante los tres siguientes años, nuestros encuentros extraescolares se fueron intensificando, él fue cogiendo confianza en mí y en mi entorno, no es que se sintiera integrado en mi mundo, con mi grupo de amigos, pero al menos, entre nosotros no sentía ese rechazo que tanto daño le hizo.

Ese año pegó el estirón, ese niño rechoncho y lleno de granos, se convirtió en un chabalote alto, fuerte y su cara poco a poco fue despojándose de imperfecciones, apareciendo brillante y limpia, además le quitaron las gafas.

Un día, me sorprendió siendo el que me invitó a quedar, quedamos en un parque entre su casa y la mía, él ya estaba allí cuando llegué, a su lado un bulto que no reconocí, hasta acercarme, se trataba de una guitarra, me quedé muy sorprendida, pero lo que me asombró realmente, fue cuando rasgando sus cuerdas, con los ojos cerrados, tocó y cantó una melodía compuesta por él y dedicada a mí, Porque eres mi amiga, se titula, solo recuerdo su estribillo, bueno su estribillo y…


Hoy soy feliz, porque tú estás a mi lado.

No me siento solo, tampoco aislado.

Tu luz me alumbra, e ilumina mi camino,

Hoy yo me siento feliz de ser tu amigo.

Sí, me enamoré de él, fue lentamente, semana a semana, años atrás, éramos dos barcos a la deriva, dos seres perdidos, solos; hoy llevamos ya algunos años juntos, el año pasado terminamos la carrera, ahora tratamos de abrirnos camino en la jungla profesional, pero sobre todo, nos tenemos el uno al otro.

Sí, mi madre ha rehecho su vida, es moderadamente feliz, junto a un hombre que la cuida y la respeta, mi padre, anda de flor en flor, es cuestión de naturaleza humana, yo me trato con mis dos hermanos, para mí son de mi sangre y ellos no tienen culpa de lo que la inconsciencia de los mayores llevaran a cabo, destrozando mi infancia.

Soy FELIZ, así con mayúsculas, Carlos insiste en que va siendo hora de formar nuestra propia familia, tal vez tenga razón, quizá…

Esta noche cuando vuelva a casa, le tengo preparada una sorpresa, he organizado una cena romántica, he puesto una mesa de gala, una botella de cava en el frigorífico y bajo su plato, los resultados de una analítica, la que me ha dado el médico esta mañana, llenándome de felicidad a la vez que inquietud.


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