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El niño que jugaba con muñecas

  • Adolfo Pascual Mendoza
  • 17 may 2017
  • 7 Min. de lectura

El niño que jugaba con muñecas


Luisa esa noche al llegar su marido Antonio a casa, le dio una nueva sorpresa, que no por esperada resulto menos llamativa, estaba nuevamente en cinta. Para aquel entonces eran ya padres de tres hermosas niñas, Luisi, la mayor con seis años, Toñi, la segunda de cuatro años y la última de dos y dejándose llevar por los nombres de moda Noemí. Eran un matrimonio feliz, pero el añoraba un hijo varón, un hijo que fuera el que continuara con su apellido, del que él era el único de la familia capaz de transmitir, ya que él era el único varón de una familia, de la que no quedaba ninguna otra rama familiar. Antonio era hombre de pocas palabras, pero afectivo, trabajador y buen cuidador de su familia, pero un hombre simple en pensamientos y era Luisa, la parte inteligente del matrimonio, la que de manera sutil exponía a su marido lo que se debía hacer, dándole su lugar y haciéndole pensar que la iniciativa era suya, solventando así, al menos públicamente el poder de padre de familia. Esa noche sobraron las palabras en el matrimonio, él se limitó a besarla en la frente y al meterse en la cama, dormir abrazado a ella, acariciándole la incipiente barriga, mostrándole así su amor y cariño. Esta alegría se extendió al resto de la familia y en las fechas próximas a que la ecografía descubriera el sexo del futuro hermanito, todos opinaron sobre el posible nombre. Esa alegría fue inmensa el señalado día, cuando al volver Antonio a casa, su casa era una fiesta, el futuro bebé sería un niño. Durante días sopesaron nombres, descartaron los familiares, ya bien cubiertos con las dos hermanas mayores y entonces surgió el de Kevin, Antonio, nada convencido ante la presión del resto de la familia, accedió como siempre, y al nacer, su carita de ángel, su pelito rubio, su piel blanquita, parecía apoyar esta decisión. Kevín fue un niño muy querido, excesivamente mimado, primero por sus padres, un muñeco para sus hermanas y así transcurrieron los primeros años de su vida. Fue un niño como cualquier otro, pero por cada juguete que tenía propio, a su alcance, tres de sus hermanas y Kevin desde el primer momento eligió jugar con las muñecas de sus hermanas, en lugar de con balones, pistolas o camiones. El niño era una esponja a la hora de absorver todo, imitaba los gestos de sus hermanas, sus formas de hablar, sus maneras de moverse y a la hora de llevarlo a preescolar, también prefería jugar con las niñas, jugar compartir juguetes y el resto de los niños le parecía que eran unos brutos y salvajes. Fue a los siete años, cuando alguien ya le puso el calificativo de nenaza, su melena rubia, sus andares, sus modales, sus actitudes, es cierto que eran más típicos de niña que de niño, ¿pero era ese motivo de sufrir la implacable persecución y acoso que tuve que vivir durante años? Kevin era un niño cariñoso, estudioso, pero despistado y de esos que apenas tienen en cuenta las cosas, ya por la época de hacer la primera comunión, decidió que quería hacerla de fraile, ese fue un punto de inflexión, pedro, el grandullón de la clase, y que de alguna manera tenia ojeriza a Kevin, no pudo hacer un comentario más lapidario. ─”A él le hubiera gustado ir de princesita, pero así al menos va con faldas” En aquella época, justo la primera comunión, era el momento en que los niños se desligaban de la niñez, y ya entraban en otra etapa, esa indeterminada entre la niñez y la adolescencia, pero que es la que definitivamente marca la personalidad de cada uno. El niño parecía no darse cuenta, de la crueldad de los otros niños capitaneados por pedrito, pero sus hermanas, sobre todo Luisi la mayor, ya en una edad de darse cuenta de las cosas, una tarde llegaron muy preocupadas a casa y hablaron con su madre. ─Mamá, creo que a Kevin algunos le hacen la vida imposible en el colegio. ─¿Cómo dices eso? Tu hermano es el primero en levantarse cada día, se le ve contento, saca buenas notas… ─Mamá, en el patio le dejan aislado, solo algunas niñas comparten juegos con él, le llaman nenaza. Ese día la madre y las hijas tuvieron muy claro que Kevin era un niño, pero en su interior, y por su forma de actuar, era un niño que sentía atracción por otros niños, que sexualmente no estaba en ese punto de fijarse en otros niños, que se sentía feliz y protegido rodeado de niñas, jugar con ellas, comportarse como ellas, y que los insultos, las ofensas de los otros niños llamándole ya claramente mariconazo, era algo que le resbalaba, que incluso le hacía sentirse en su fuero interno orgulloso de su condición sexual. Pero esto no para, esto no se queda en un estadio determinado y el acoso continuo, empezó por pequeños empujones, por acorralarle en los baños, insultándole y diciéndole. ─Este váter es de hombres, ¡las nenazas están hay en frente! A partir de aquí fue todo un no parar, uno le llamaba mariquita, los otros le reían la gracia, otro día le quitaban el bocadillo, al día siguiente uno del grupito le echaba la zancadilla y así era el hazme reír de todos. Pero nada en el carácter de Kevin, ni en su forma de actuar o ser feliz a su manera cambio en absoluto. El día que el niño con trece años llegó a casa lleno de cardenales, se justificó que se había caído en el patio, pero entonces se encendieron todas las señales de alarmas, las hermanas se dedicaban a vigilarle de lejos, pero no tardaron de darse cuenta a las presiones que su hermano pequeño estaba siendo sometido. Esa misma semana, una vez confirmado los hechos, fue a hablar con el profesor y el director, no hizo falta hablar claro, todos asumían el hecho del que el niño era diferente, pero su comportamiento, su alegría, su forma de asumir la vida, no indicaba de ninguna de las maneras que estaba siendo sometido a abusos entre los compañeros, sin embargo desde el centro, intensificaron la observación, identificaron algunos casos claros de despotismo, sobre todo centrados en el grupo de Pedro y sus amiguetes. Días después en plan conciliador, se tuvo una reunión de padres, con sus respectivos hijos, el tema era “el respeto a todos”, pero en lugar de ayudar a la causa, sirvió para tomar medidas y recrudecer la actitud de los vándalos, pero en esta ocasión fuera del colegio. Kevin dejo de salir solo de casa, se volvió desobediente, hasta ese momento era el voluntario, cuando su madre les pedía ir a realizar algún recado, día tras día el niño se hacía el remolón. ─Kevin, cada día te estás volviendo más insoportable y desobedientes─, le reprochaba su madre. En el colegio se sorprendieron, que de golpe y a pesar de estar controlando que nadie se metiera con él, las notas del niño bajaron de golpe y en esta preocupación desde el centro docente, convocaron a su madre. ─Luisa no lo entendemos, ¿tenéis problemas en casa? ─Afortunadamente nada fuera de lo normal, yaz nos conocéis, están aquí sus tres hermanas, si ocurriera algo, no sería él el único que hubiera cambiado de actitud, sin embargo… Luisa meditó durante un momento sus palabras, pero era necesario hablar, compartir con los profesores el cambio de actitud del niño también en casa, pero en un principio lo había achacado a la edad complicada del chico, a la dichosa edad del pavo. ─Debemos de estar alerta, es una edad difícil para todo, lo que está ocurriendo no es normal y todos sabemos lo especial que es Kevin y lo que hasta ahora no parecía afectarle, ahora sin embargo… Transcurrieron algunas semanas, todo parecía pasar con una cierta normalidad, pero una tarde, mientras Luisa preparaba una tortilla de patatas para la cena, se dio cuenta que no tenía suficientes huevos, en la casa estaba solo ella y Kevin. ─Kevin cariño, necesito huevos, acércate a la tienda a por una docena. Al niño, no le quedó más remedio que salir de la casa a realizar el recado que su madre necesitaba. Lo siguiente fue una llamada desde el centro de salud, allí estaba Kevin, con una ceja partida, el labio abierto a la mitad, magulladuras varias y gracias a que una vecina, los vio y a base de gritos les espanto, obviamente estaba Pedro, y un par de sus amigotes. Pese a tener una observación continua del caso, sus padres, sus hermanas y desde el centro educativo, estos barbaros, le tenían totalmente amedrentado, ya le había atacado en otros momentos, pero Kevin estuvo alerta y salió airoso de la encerrona, en este caso, venia más atento de que no se le rompieran los huevos, que de su propia seguridad, el resultado no podía ser más desastrosos, todos los huevos rotos por el suelo y su cara destrozada, por unos gamberros, unos aprendices dedelicuentes, que con el transcurso de los años han sido carne de presidio, uno de ellos incluso ha sido mucho más popular saltando a los medios de comunicación, por su reconocida filiación ultra, por sus modales de gorila, por sus sinrazones ante una sociedad, que cada vez es más intransigente con gente como él, pero que desde aquí y visto lo visto, si antes esos primeros brotes de la niñas, sus padres hubieran tomado medidas, no hubiera llegado a lo que hoy en día es, un delincuente con una hoja, de antecedentes policiales y jurídicos, dignos de mención. Kevin, hoy en día en un gran activo en una ONG, lucha por las desigualdades, por los más pobres en aquel sitio donde haga falta, no le importa permanecer meses en cualquier país, sumido en la más cruda pobreza, dónde las necesidades más acuciantes, están sin cubrir, dónde escasea la ropa, la comida, sobran las infecciones y las enfermedades, pero sigue siendo una persona feliz, y es feliz porque a su lado, luchando por esos mismos desprotegidos, esta su pareja Enric, una persona homosexual como él, pero con una misma visión de la sociedad, con una misma entrega ante los que necesitan nuestra ayuda. En el futuro ambos sueñan con una familia, su propia familia, un par de hijos, y una lucha continua, en la que nadie ni nada les haga ser infelices simplemente por su condición sexual.

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