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Edith

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La vida nos da una de cal y otra de arena, yo no se muy bien que es cada una de las cosas, pero sí, que ciertamente este binomio suele ir unido.

No, no he tenido suerte en cuestión de amores, me enamoré muy joven, apenas tenia quince años cuando Arturo y yo empezamos a salir, a él le entregué toda mi juventud, a los veintidós años nos casamos, éramos de la misma edad. Por aquél entonces me consideraba una mujer feliz, máxime cuando tuve constancia de que Andrea mi primera hija venia en camino, era esa guinda que faltaba al pastel de mi vida.

La decepción comenzó poco después, a veces desde la autocritica pienso que me volqué demasiado en cuidar y criar a la niña y tal vez a Arturo le dejé un poco de lado, no es algo que tenga claro, jamás le dejé de lado como si que he de reconocer que ha ocurrido en otros casos que conozco, pero una cosa es lo que yo hiciera o pensará en ese momento, y otra como él se sintiera.

Casi de seguido y ahora con las perspectiva del tiempo, pienso que para tratar de salvar las carencias que ya por entonces existían en la pareja, me volví a quedar en estado de mi segunda hija, Elia, pero pocos meses después todo había empeorado, me tiraba días en casa sola con mis niñas, mientras Arturo había empezado a volar por su cuenta, él tenia su vida, sus amigos, su gym, sus horas de ocio que compartía con quien el quería, mientras todo el trabajo y las responsabilidades eran para mí.

Cuando me incorporé a mi trabajo, después de la baja por maternidad, ya la convivencia era imposible, el continuaba con su vida propia, mientras yo no tenía tiempo ni para lavarme la cabeza, en cuanto una noche le solté la mítica frase “tenemos que hablar”, salió corriendo.

En esa conversación, lo más coherente que me pudo decir es: “todo esto me viene un poco grande”.

Saqué fuerzas de flaqueza, me organicé, en principio con mucha ayuda de familiares y amigos, abandoné cualquier aspiración personal para volcarme en mi familia, para ejercer de madre y suplir las carencias de un padre que desde el primer momento salvo a la hora de pasar la manutención de sus hijas, jamás ejerció de tal, nunca se preocupó por como les iba en el colegio, o si estaban enfermas, eran una simple carga para él.

No me arrepiento, las he disfrutado durante su niñez, las he reconducido en su adolescencia y las he aconsejado y estado a su lado en los primeros años de su juventud, ahora son mujeres independientes y eso me ha permitido, sobre todo empujada por ellas a retomar de alguna manera mi vida personal.

Sí en un principio de forma algo tímida, ya que me sentía fuera de lugar, ni sabía como actuar, que hacer o donde ir, pero poco a poco vas retomando amistades, primero un café, luego una cena que se alarga, una sala de baile, conocer gente nueva, nuevas proposiciones, un mundo desconocido para mí, que pese a ser necesario si quieres tener algún tipo de vida social, era muy ajeno a mí.

Así llego a mi vida Fer, y desde el primer encuentro me eclipso.

Su mirada profunda e intimidatoria, su amplia sonrisa, su forma de andar, su cuerpo de escándalo. Fer es un hombre de mundo, en este ambiente de nocturnidad tan desconocido para mí, el se sentía como pez en el agua.

Se las sabía toda y no disimuló ni un momento desde el primer encuentro.

—Pero ¡qué ha ocurrido para encontrarme con un ángel!, acaso he muerto y estoy en el cielo. —Fueron las primeras palabras que me dirigió.

Hoy sabiendo lo que sé, si ciertamente existe el cielo, estoy convencida de que ese, no es su lugar natural.

Esa primera noche además de alguna frase, poco más tuvimos, pero la vida a veces se empeña en algunas cosas, y al menos yo, soy persona fácil para convencer.

Sí, nos volvimos a encontrar, al principio el típico saludo con dos besos, alguna conversación estéril, hasta aquel sábado en que todo fue diferente.

—Buenas noches mi ángel, —me dijo al tiempo que nos dábamos los dos besos y se aproximaba a mi de una manera escandalosa.

No sé, me debió pillar con el paso cambiado, tal vez ese día las hormonas me tenía revolucionada, quizás…

Sí, no sé explicarlo, pero su cuerpo pegado al el mio, su aliento fresco, su sonrisa, casi dos décadas sin sentir a un hombre cerca de mí…

Sí, el típico caso de defensas bajas, esa noche no dormí en mi casa, al despertarme en la aséptica habitación de un hotel, le miré, entonces fui consciente de lo que había ocurrido, recordé todo, a mi memoria vino todo el flirteo, desde esos primeros besos y como al contrario de otras ocasiones, yo me pavoneaba delante de él.

Ahora parecía un niño, le miré por unos segundos, me vestí y me marché en silencio.

De allí salí muy diferente, según recordaba algunos detalles de la noche anterior, mi cuerpo se encendía de nuevo, había resurgido la mujer, a tras quedaba la madre abnegada y sobre todo, la concepción que tenia prefijada de Fer, cambiaba por instantes.

Lo sorprendente, fue unos minutos después cuando recibí una llamada, era él, ni tan siquiera recordaba haberle dado mi número.

—Buenos días mi ángel, ¿tal mal ha ido que ha salidos corriendo?

—Bueno, yo…

Tartamudeaba como una colegiala, era incapaz de decir nada coherente, conté hasta diez y me sobrepuse como pude.

—¿Sigues ahí?

—Perdona, se me ha caído algo al suelo y lo he tenido que recoger.

—Esperaba poder despertarme abrazado a ti.

—Sí, ya sé que no ha estado bien, pero me he quedado dormida, había quedado y al despertarme he tenido que salir corriendo.

—Entonces…

—Entonces, ¿qué?

—Cuento con que me debes una.

—¿Qué te debo una?, que significa eso.

—Que tenemos que despertar en otra ocasión juntos y abrazados.

—¡Serás petulante!

—No te lo tomes así, a mi me ha encantado, ¿no ha sido igual para ti?

En ese momento estaba confusa, mi cabeza pedía que frenara todo eso, mi corazón andaba desbocado y mi sexo…

—Bueno, ya veremos, el tiempo hablará.

—¿Cómo que el tiempo hablará?

Así dimos por concluida esta conversación, pero lo cierto es que la siguiente llamada la realicé yo.

Fueron muchos los sábados que repetimos el mismo esquema, algunos domingos, incluso comíamos juntos y pasábamos el resto de la tarde en el cine o dando un paseo.

Poco a poco me enamoré de él, creo que él también de mí, y entonces aparecieron sus celos.

Lo entendí mal, pensé que viviendo juntos, compartiendo más tiempo, todo se resolvería y tras compartirlos con mis hijas ellas fueron las que me animaron a que lo intentara y le invité a vivir juntos.

—Pensé que no me lo ibas a pedir nunca. —fue su respuesta.

Esa tarde en lugar de ir al hotel, me llevó a su casa y de allí no salí, hasta que me sacó la policía ante una llamada de emergencia de mi hija Andrea.

Lejos de desaparecer los celos, se volvió mas controlador, si volvía del trabajo unos minutos más tarde se enfadaba. Poco después empezó a irme a buscar al trabajo, al principio fue algo que me halagaba, yo le preocupaba y por otro lado que me vieran con un ejemplar como él, era algo que me había subir la autoestima.

Cualquier llamada de un compañero, incluso de algún familiar le sacaba de sus casillas. Un WhatsApp de quien fuera le descomponía el gesto, hasta comenzar a controlarme el teléfono, revisar mi agenda, preguntar por cualquier nombre de varón que apareciera en ella.

El día que mi ex, Arturo me llamó para comentarme no sé qué historia, salió la peor cara de Fer, gritos, amenazas, dudas.

Yo me sentía mal, no entendía nada, simplemente trataba de justificarme.

Justificarme ¿de qué?, me pregunto a estas alturas. Aquel fue el punto en el que debía de haber tomado medidas, hacer la maletas y volverme a mi casa, pero el amor te hace ver las cosas algo distorsionadas.

Pensé que igual debía de cambiar algunas cosas, que mi trato con personas del otro sexo no era compatible con mi nueva vida. ¡Qué confundida estaba!, cuantos errores cometí por aquel entonces.

El sexo cada vez funcionaba peor, el a la vez empezó a tener problemas para conseguir erecciones, las cosas fueron de mal en peor.

Primero el control de todo, luego el maltrato psicológico, las voces, los gritos me noqueaban y entonces me hacía chiquitita, desaparecía como mujer y como persona.

Cuando aparecieron los primeros empujones, fue cuando me empecé a preocupar, pero ya era muy tarde, ya me tenia coaccionada, ya no tenía capacidad de reacción.

La primera vez que me levantó la mano, supe que era un punto sin retorno, pero todo se precipitó. Me compré una gafas grandes de sol, para poder disimular algún moratón que el maquillaje no lo hiciera invisible.

Esta noche he temido por mi vida, él estaba fuera de sí, me han llovido golpes por doquier, me siento escoria, estoy arrinconada y dolorida en el cuarto de baño, tras ser golpeada de manera incontrolada.

No puedo pensar, no soy capaz de tomar ninguna decisión, solo sufrir, hacerlo en silencio, hasta que siento algo que se me clava en las nalgas, hasta el punto de hacerme daño.

Echo mano, es el móvil, entonces veo algo de luz, entonces busco desesperadamente en la agenda y mando ese mensaje de socorro a Andrea, mi hija.

Al salir por la puerta de la mano de la policía, vuelvo la cara hacia al interior, allí esta él sentado en el sofá con las manos esposadas tapándose la cara.

No. no me da pena, me da asco, y entonces un pensamiento fugaz, me llega relacionado con mi nombre.

Entonces recuerdo el origen bíblico de mi nombre y por unos segundo me convierto en esa estatua de sal, en la que se convirtió la mujer de Lot, cuando huyendo de Sodoma, por curiosidad girar la cabeza.

Son unas décimas de segundo, pero sacudo la cabeza, la levanto y mientras me alejaba de allí, un único pensamiento.

“Esto me hará más fuerte, esto será la base de la mujer fuerte que tengo que ser en el futuro”

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