top of page

RUTH

RUTH (la compañera fiel)

Si hace un año alguien me hubiera preguntado si era feliz, mi respuesta habría sido tajante, “Sí, soy una mujer que me siento plenamente feliz.

A veces el tiempo nos engaña, de mis algo más de cincuenta años, media vida la he compartido con Rafael, mi primer novio, mi marido, el padre de mis hijos, y él lo ha sido absolutamente todo para mí, creí que yo también lo era para él, pero nada más lejos de la realidad.

Me considero una mujer sencilla, moderna a mi entender, no por seguir modas o tendencias, sino porque comparándome con la gente de mi edad, mis compañeros y compañeras de instituto, yo me veo a mi misma mentalmente mucho avanzada, con una mente más inquieta, que me adapto mejor a todo aquello que llega, como muestra diré, que fui de las primeras en tener un teléfono móvil, o ser muy activa en RRSS. Hoy creo que quien no esta en ellas, no es nadie, pero hace unos años, éramos muy pocas personas las que nos encontrábamos en ellas, y por supuesto de mi entorno y edad, nadie.

Sin embargo, que tonta, que ciega he sido en otros aspecto en la vida, siempre me ocurre lo mismo, no consigo ver, y mucho menos entender esa parte oscura y mala del ser humano,

—Naciste tonta y así has de morir.

Me repite mi madre y otra vez cuando niego ciertos actos o actitudes de personas cercanas, ante lo que ya de por sí, es más que evidente.

Imaginaos, si esto me ocurre con personas que no son cercanas a mí, a los que quiero, a los que siento parte de mí, mi ceguera es total, y así me ha ido en la vida en este último año.

Creo que conozco a Rafa de toda la vida, desde que tengo uso de razón, somos del mismo barrio, creo que jugábamos de bebes en el mismo parque, fuimos al mismo colegio, en el instituto nos enamoramos, ninguno de los dos fuimos a la universidad, por lo que, al acabar en la secundaria, ambos nos pusimos a trabajar y con pocos años de noviazgo, ya fuimos planificando la boda.

Con ayuda de nuestra familias dimos una buena entrada para un pisito y cuando después de siete años de noviazgo, con veintitrés años ambos, fijamos fecha para nuestra boda.

Después de lo ocurrido los últimos meses, de esas noches en vela, de esos día sin llegar a estar despierta por los medicamentos, pero tampoco dormida, creo que he llegado a la conclusión, de que fue precisamente en esta época cuando empezó todo, cuando él empezó a tener vida propia y yo me centré en eso que antes tanta importancia tenia, en “preparar la dote”.

Sí soy consciente de que incluso este termino a algunos os resulte totalmente desconocido, pero en mi época de novia, era normal que la mujer se tirara tardes y tardes en casa encerrada, bordando manteles o las dichosas “sábanas noviales”.

Sí, en algunos casos soy un poco arcaica, muy tradicional, durante aquel verano previo a la boda, fueron muchas las tardes que Rafa permaneció a mi lado mientras yo le daba a la aguja, hasta que un día ya no pudo más y con cualquier escusa no acudió a la cita en mi casa.

Sí, fue justamente en este momento cuando Rafa, comenzó a tener una vida propia, independiente, que, si bien yo nunca se lo he echado en cara, a él le ha dado libertad para tomarse ciertas licencias.

No, yo no me he enterado de nada, he respetado a mi marido durante más de treinta años, sobre todo en la creencia que el me respetaba a mí del mismo modo.

Nunca me ha faltado al respeto, nunca me ha alzado la voz y por supuesto, ni mucho menos la mano, hasta que…

Yo me dedicaba a mi casa, a criar a mis hijos, ayudaba en la economía domestica con pequeños trabajos temporales, suplencias en vacaciones y poco más, y bajo mi punto de vista, mi vida era perfecta.

Un año después de casarnos nació Rafi, nuestro primer hijo, dieciocho meses después Hugo, hoy ya son dos hombres veinticinco y veintiséis años, ambos independientes con sus carreras y sus vidas propias y sus trabajos.

Hace escasamente dos años se independizó Rafí, a pesar de ser el mayor, de carácter es más blando y dependiente, Hugo es todo carácter, echado para adelante, enérgico y decidido, vamos un torbellino.

Sí, creo que el síndrome del nido vacío me removió por dentro, la casa se me hizo enorme, y después de hacer una suplencia de verano, en la residencia de mayores donde trabajaba esporádicamente, me ofrecieron cubrir una baja de larga duración.

No me lo pensé, tampoco lo consulté con Rafa, lo consideré innecesario, él iba a estar igualmente atendido, además él nunca había puso objeción alguna a que yo trabajara.

De hecho, lo disfrutamos yendo a cenar a uno de esos restaurante que normalmente no está a nuestro alcance y, después de muchos años, fuimos a bailar a uno de esos sitios de moda de la capital, fue toda una celebración.

Los primeros meses fueron perfectos, me tuve que organizar, mi casa, su orden y limpieza, estaba por encima de todo, pero una ama de casa es una doctorada en muchas cosas, y solo unos días, unas pocas semanas, todo me cuadraba y me sobraba tiempo.

Algunas noches me aburría en casa, Rafa tenia sus salidas, lo había hecho siempre y fue aquí donde todo comenzó.

Todo comenzó con una cena de cumpleaños de una de mis compañeras, además coincidía en jueves, el día que Rafa tenia partida de Mus. Esa noche llegué a casa después que él, no es que llegara a altas horas de la madrugada, era jueves y había que trabajar al día siguiente, seria las once, tal vez algún minuto más, pero ya esa noche conocí una cara de Rafa, totalmente desconocida para mí.

No, en esta primera ocasión no hubo voces, tampoco me levantó la mano, pero su mirada…

Yo me lo tomé como una afrenta, una simple lucha por defender espacios. Si el quedaba con sus amigos, ¿porque no lo podía hacer yo, con mis amigas?

—No seas tonta, —me decía mi compañera de trabajo a la mañana siguiente— eso de, “atada a la cama y con la pata quebrada”, es inadmisible en estos tiempos.

—No mujer, Rafa no es de esos, simplemente es la primera vez y seguramente le haya costado asumir la nueva situación.

¡Qué confundida¡, eso solo fue el comienzo, el principio de mi calvario.

Una tarde al volver del supermercado, me lo encontré revisando mi teléfono.

—¿Qué haces? —pregunté con cierto enfado en mi entonación, a la vez que se lo quitaba de las manos.

—¡Que pasa¡, ¿andamos con secretitos?

—Secretos ninguno, ¿tú me has visto a mi alguna vez espiando en el tuyo?

—¡No es lo mismo¡, yo…

No acabó la frase, seguramente eso me hubiera alarmado, pero el enfado le duró varios días.

Recuerdo que fue un sábado, unas semanas después, el se había marchado de caza hasta el domingo por la tarde, yo le había comentado que el sábado había quedado a cenar con mis amigas, pero esta vez la cena se alargó, después fuimos a tomar una copa y llegué a casa a la una de la madrugada. Rafa estaba allí, sentado en el salón, con media docena de latas vacías de cervezas y cara de pocos amigos. Un imprevisto había cancelado la cacería del domingo y volvieron la noche anterior. Esa noche “yo fui su presa”, en su mirada había odio, asco, incomprensión. No, no me pego, ni me chillo, ni tan siquiera hubo bronca, pero reivindico su derecho a hacer “vida marital”, y me sentí violada; fue violento, salvaje, sin tacto alguno.

A partir de ese momento, nuestra vida sexual fue distinta, ya no lo reconocía, era una manera de poseerme, de hacer sentirme inferior a él. Yo callé, pero no por ello cedí, no me achanté ante su intimidación, ante su intento de chantaje y empecé a decirle “no”.

En una de estas ocasiones, me forzó literalmente y me amenazó con atarme la próxima vez, si era necesario.

Obviamente llegó esa próxima vez y yo me negué.

—Tenemos que hablar de esto —dije tratando de afrontar el problema de una manera civilizada.

—¡Hablar de esto!, ¡tengo mis derechos como marido!

—Y yo los míos como ser humano, y como mujer.

Me alejé de él, no me di cuenta de que me siguió y me cogió del brazo retorciéndomelo.

—Pero ¿qué estás haciendo?, ¡me haces daño!

—¡Te he dicho que quiero hacer el amor!

—A lo que haces últimamente lo llamas ¿hacer el amor?


Esa noche me llevó a la cama, me dio alguna bofetada y me volvió a violar, fue la última vez que lo hizo, la siguiente me pilló preparada, no me descuidé y supe estar al quite, esto le irritó más, se descontroló, era un animal incontrolado, un absoluto desconocido, una bestia fuera de control.

Sentí sus manos en mi cara, luego su puños en la boca del estómago, caí de rodillas, entonces fueron patadas, fui arrastrada por los pelos al dormitorio, con la intención de consumar su más bajos instintos.

Por suerte al entra en la habitación, me golpeé con el cerco de la puerta y perdí el conocimiento, fue entonces cuando recobró el sentido común y se asustó.

Llamo a los chicos que llegaron apenas unos minutos después, Hugo a punto estuvo de pegar a su padre, si no hubiera sido por Rafi que lo paró, creo que mi familia se hubiera roto en ese momento y para siempre.

Por un momento me negué a que me llevaran al hospital, pero me obligaron a ir, yo era conocedora de que tan solo con cruzar el umbral de urgencias, se pondría en marcha el maldito protocolo que acabaría con mi matrimonio.

A punto estuve de darme la vuelta, de excusarme, intentando de justificar que todo era debido a mi torpeza, incluso delante del médico traté de hacerlo pasar por un accidente doméstico.

—Ruth, entiendo por lo que está pasando, ¿es la primera vez?, yo estoy obligado a dar parte, los múltiples golpes no dejan lugar a dudas.


Yo lo tengo perdonado, yo siento un gran vacío sin él, mi vida ahora casi carece de sentido, pero en esos momentos de bajón pienso:

¿Qué hubiera ocurrido si no hubiera perdido el conocimiento al golpearme con el marco de la puerta?, ¿estaría viva?

Entonces sé que hice lo que debía, que había entrado en una cadena progresiva, que cada vez era peor que al anterior, y que yo de ninguna de las maneras me merecía esto.

Ahora meses después, con el apoyo de los míos, he conseguido renacer. Hace unos días en una conversación con mi madre me preguntaba.

—Ruth, ¿sabes porque te puse este nombre?

—Porque te gustaba supongo.

—¿Recuerdas a la tía Andrea?

—Bueno, la vi pocas veces, como cambiaba tanto de pareja, no tenía buena acogida en la familia.

—Dicen que en cada generación hay actitudes que se repiten, yo temí que esto ocurriera en ti y te parecieras a la tía, también dicen que los nombres dan fortaleza y personalidad, Ruth significa fiel compañera, y tan fiel has sido durante todos estos años, que apunto ha estado de costarte la vida.



Featured Posts
Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page