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Nohemí: "Aquella que tiene virtudes y dulzura”

Nohemí

Me llamo Nohemí, y a pesar de no haber cumplido los dieciochos años, ya he sufrido lo mío.

Dice mi madre que soy muy precoz, que siempre lo he sido en todo, desde bebé; cuando comencé a andar con apenas nueves meses, mis primeras palabras, mis primeros dientes, todo lo hacía mucho antes que Jazmín, la vecina de enfrente que nació, dos días antes que yo.

Sí, como mujer ha sido igual, apenas con nueve años, tuve mi primera menstruación, con doce años, mi altura estaba ya por el metro setenta y mi pecho era exuberante.

Sí, todas las niñas se fijaban en mí, los niños sin embargo…, no realmente eran los hombres, los chicos bastante más mayores que yo, lo que ponían sus ojos en mí, y como dice mi madre.

—Hija, vas a tener muchos problemas, eres una mujer que, como yo, “te gusta gustar” y en este momento, no son precisamente los chicos de tu edad los que se fijan en ti.

Ni que decir tiene, que a mi despertar a la sexualidad mi madre lo hizo con total responsabilidad, no solo lo hablamos con tranquilidad todo, me dio referencias de lecturas, y conocimiento al respecto no me faltó. Así el día que le comenté que estaba dispuesta a tener mis primeras relaciones sexuales, me llevó al especialista y tomamos las medidas adecuadas.

—Nohemí hija, con los anticonceptivos, ya sabes que estás a salvo de quedar embarazada, pero…

—Sí mamá soy muy consciente de ellos y que hay montones de ETS (enfermedades de transmisión sexual), que se pueden contraer.

—Pues ya sabes, aplícate el cuento, que para eso están los preservativos.

—Lo sé mamá, no soy una inconsciente.


Sí, la actuación de mi madre fue impecable en este sentido, fueron muchas, bueno algunas las relaciones sexuales mantenidas desde entonces, la primera relación sexual completa la tuve cumplido los quince años, mi sexualidad, la he sabido y la sé gestionar perfectamente, pero la sentimental…

Para gestionar los sentimientos no hay un manual, no hay un protocolo que seguir y eso es lo que complica nuestras vidas a mi así al menos me lo ha parecido.

Sí, hubo deseo carnal, calentones esporádicos, es cosa de la edad, pero también me enamoré.

El primero Juan, un chico mayor de edad, habló con mi madre en cuanto vio viso de que lo nuestro iba en serio, era un buen chico, respetuoso, serio, pero poco duró aquello, sobre todo cuando se cruzó en nuestras vidas Charly.

Charly tenia diecisiete años, yo quince, casi dieciséis cuando tuvimos nuestro primer encuentro, esto fue antes de conocer a Juan y en aquel momento no pasó de ser eso, un encuentro sexual, aunque en mí algo se quedó marcado.

Apenas cuatro meses después de oficializar el noviazgo con Juan, volvió a aparecer en mi vida, en un principio me hice respetar, hacerle ver que estaba comprometida con otro chico, pero internamente…, eso es otra cosa.

Al final como era previsible me dejé arrastrar por el corazón, rompí con Juan y comencé mi infierno, si mi infierno con Charly.

A los pocos día, me sorprendió con el siguiente comentario sobre mi ropa.

—Nohemí, “conejita mía”, —así me llamaba—, sabes que me encantas, pero igual…

—¿Igual qué?

—Todos los tíos te miran, se fijan en ti y creo que es por la manera que vistes.

—Pero, si me visto como todo el mundo, unos vaqueros y una camiseta.

—Sí cariño, pero no todo el mundo tiene, la pechuga que tienes tú.

—No pretenderás, que me quiete tetas, ¿no?

—No, ja, ja, ja, sabes que me encantan, pero…

—¿Entonces?

—Igual si te pones una camisa encima o algo.


Ese mismo día al llegar a casa, me puse una sobre camisa, esto distorsionaba mi anatomía y claro está, mis pechos no destacaban tanto, y accedí a su petición.

Esto fue el principio, después comenzó el control de mi teléfono, esperarme en la puerta de casa y dejarme en la misma, para que no anduviera sola, tratar de ganarse a mis amigas y si no podía, ponerme en contra de ellas, pero yo estaba ciega, enamorada y todo era porque me quería, porque solo tenía ojos para mí.

“Éramos una pareja”, repetía constantemente, nuestros hábitos habían cambiado radicalmente, yo una chica fiestera y de discotecas, y me había convertido en mujer de cafeterías, de cine y restaurantes de comida rápida y luego, aunque no tenía permiso de conducir, un amigo le dejaba las llaves del coche aparcado en el descampado y allí dábamos rienda suelta a nuestros más básicos instintos.

El sexo con Charly era brutal, no había tabús de ningún tipo, era dejarnos llevar y disfrutar, era intenso y en cantidad también era bueno, lo tenía todo y yo sexualmente quedaba más que satisfecha. ¿Qué más podía pedir?

Durante unos meses tuve la venda en los ojos, estaba enamorada, solo veía lo bueno de él y luego estaba el sexo, esas relaciones increíbles que tanto placer me daban y en las que tanto aprendí.

Pero pronto llegó el primer problemas, las primeras pruebas de su infidelidad con otras y yo empecé a no entender nada, ¡él lo era todo para mí!, pero parece ser que yo no le daba todo a él.

Sí comenzaron mis celos, volví a salir alguna que otra vez, con mis amigas, y en una simple cafetería tomándonos un café me pilló, riendo alegremente.

Esa tarde fue por primera vez cuando saltó la primera alarma.

—¡Cómo una puta”, así estabas, llamando la atención de todo el mundo, gritando y riendo como una golfa cualquiera, ¿cómo quieres que esté?

Yo no entendí nada, en un momento la situación me pareció tan cómica, que me puse a reír.

Fue la primera vez que me cruzo la cara de un bofetón. Yo no supe reaccionar y para cuando me quise dar cuenta me tenía abrazada, besándome, lamiendo mis lágrimas que resbalaban por mis mejillas y pidiéndome mil veces perdón.

—Perdona conejita, se me ha ido de las manos, ya sabes que soy muy impulsivo, perdona, perdona, mil veces perdóname, esto no volverá a ocurrir, te lo juro por lo que más quiero, de verdad.

Yo le creí, y dejé pasar la situación. Hasta ese momento siempre lo había tenido muy claro, esa era una de las líneas rojas, pero una cosa es verlo en los demás y otra vivir la situación, ver como me pedía perdón, era como un niño que, tras una pequeña travesura, se arrepentía verdaderamente y pedía perdón de corazón.


Pero lo que siempre había tenido claro y que ahora perdonaba, confirmó la teoría que tanta había repetido.

“Él que la hace una vez, la hace ciento”. ¿Por qué no lo apliqué en esta ocasión?

Siempre era la misma historia, siempre los mil perdones y no volveré a hacer, pero lo cierto que alguna vez, fue algo más de un bofetón, recuerdo aquella vez que tras un empujón me golpeé contra una puerta y me rompí la nariz, no dejaba de sangra y tuve que ir a urgencias, allí sospecharon, pero yo llamé a mi madre para que viniera a buscarme y la convencí a ella y a los sanitarios, que era culpa mía, que era por lo general muy patosa, y lo peor de todos es que a ambos los convencí, y así me ha ido una vez tras otra, todo lo justificaba, a todo le encontraba un razonamiento que lo excusaba y lo que es peor, que me culpabilizaba a mí de alguna manera.

Hace un par de meses, ocurrió la última escena de este episodio, no lo vi venir, si siquiera podría explicar con nitidez lo que ocurrió, estábamos en el coche de su amigo en el descampado y se volvió a liar, parce ser que alguien me había mirado de algún modo especial y terminé en el suelo, en medio del solar, golpeada por todo mí cuerpo, desnuda, llorando amargamente. Él se marchó aún sin permiso para conducir coches, con el vehículo de su amigo y mi ropa.

Alguien que había visto desde la distancia el numerito, se me acercó con una manta, y llamó a la 112.

Se me hizo eterno hasta que llegaron los sanitarios, y dejar de sentirme desnuda y desprotegida.

A él lo encontraron un tiempo después, se había estrellado contra un árbol, estaba inconsciente, y con algunos huesos rotos, pero esta vez no sentí lástima, esta vez no perdoné y traté de ser objetiva.

Sí, el cerebro ganó en la batalla al corazón, por algún momento las vísceras me pudieron y ante esa primera declaración a la policía, tal vez solté muchas cosas controladas en ocasiones anteriores, y que ahora salieron sin filtro alguno, con el paso del tiempo he tenido que matizar, en parte por suavizar las cosas, por no perjudicarlo demasiado, pero tampoco quiero que pase de rositas, no quiero criminar algo inexistente, pero si dejar claro, de cada una de las veces que me ha ultrajado como mujer y como ser humano.

Sí, tomé la decisión correcta, pero el corazón marca sus propios tiempos, en mi caso, ha sido una fuerte lucha y a veces en esta lucha flojeo, entonces mi madre me mira fijamente y me dice.

—Nohemí hija, sé que no es fácil, pero recuerda que el lobo cambia de piel, pero no de costumbres.

Sé que tiene razón, pero tengo que aprenderlo a gestionar, tengo que reconciliarme conmigo misma, tengo que coger fuerzas, que volver a ser yo nuevamente. Soy muy consciente de que no quiero siquiera volver a verlo, pero a veces me llegan algunos recuerdos, su sonrisa, sus caricias y me vengo abajo.

Tengo que ser fuerte, que restablecerme con la ayuda de los míos, recuperar a mi amigos, entender la relación de pareja de otra manera y sobre todo ser muy consciente de que tener pareja, no es incompatible con tener amigos y vida propia.

Ahora sé que, si alguien te quiere tanto, que te aísla del resto del mundo, no tiene buena pinta. Que, si alguien trata de hacerte cambiar, de que te vista de una manera diferente, tal ve no te quiera tanto.

Aun no tengo los dieciocho años, soy muy joven, he vivido y tal vez cosas que, por edad, aun no me correspondía, pero todo en la vida es un aprendizaje y lo que tengo muy claro es que esta lección, aunque dura y un poco tarde, ya la he aprendido.



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