top of page

P&M

P&M




Hola soy María la abuela de Priscila y Martín, ellos apenas han cumplido una docena de años, escasamente se llevan un año de diferencia y su vida hasta el momento ha sido un infierno que nadie se merece y menos un par de niños.

Soy su abuela paterna, mujer en la cincuentena divorciada y con una vida que tampoco ha sido un jardín de rosas, pero al menos persona adulta, y creo que con un cierto raciocinio.

La historia comenzó mal, muy mal, según me comentó mi hijo Marcelo conoció a Pam un martes y trece de hace trece años, fue un encuentro casual, pero según me enteré después, por el lugar del encuentro, apenas tuvieron que hablar para saber algunas cosas, el uno del otro.

Ambos eran dependientes de ciertas sustancias y fue en un lugar de estos donde las conseguían, donde se encontraron.

Fue todo muy rápido, pocas semanas después, en casa llegó el anuncio del embarazo, y a pesar de que para nada estoy influenciada por religión alguna, se organizó una boda religiosa, rápida y bajo mi punto de vista sin mucho sentido.

Se vinieron a vivir a conmigo, Pam, apenas tenía familiares o eso nos contó a mi hijo y a mí, yo andaba un poco desconcertada, bastante alerta, con los ojos bien abiertos y los oídos sensibles como nunca. Fui con Pam a cada una de las revisiones, estaba comportándose como una embarazada ejemplar, había renunciado a todas sus dependencias, no fumaba y ni siquiera tomaba café.

—Carmen, mi vida no ha sido ejemplar, pero quiero que mis hijos no tengan una hipoteca por esto.

Los médicos no eran capaces de explicarse este cambio vital, pero analítica tras analítica, Pam demostraba lo que decía de palabra y así llegó el nacimiento de Priscila, y todo en mi casa se convirtió en una fiesta.

Semanas después, cuando apenas nos habíamos acostumbrado a una normalidad ficticia con un bebé de dos meses, llegó la noticia traca, el nuevo embarazo de Pam.

Yo me resigné, no entendía nada, apenas había concluido de poner mi vida en orden, tras la separación y divorcio del padre de mi hijo, diez años después me aventuré en una nueva relación.

No pudo ser mas nefasta, alcohol, malos tratos verbales y final traumático tras una denuncia en comisaría,

Apenas había conseguido mi tranquilidad personal, cuando me tuve que enfrentar a todo esto. No es una excusa, tal vez debí de estar mas alerta, pero tras el ejemplar comportamiento de Pam, me relajé, tal vez demasiado, ellos eran jóvenes, muy capaces de sobrellevar la tarea de cuidar a los niños y yo fundamentalmente me dediqué a aportar mi economía y ayudarles en aquello que me solicitaban.

Tras nacer Martín, los vi un poco agobiados, eran dos bebes para cuidar al mismo tiempo, comidas distintas, cambiado pañales constantemente, pero todo con buena voluntad se puede superar.

Hablé con mi jefe y me tomé la mitad de mis vacaciones por adelantado para echarles una mano. Pero todo un fue un parche, en un principio todo parecía ir a mejor, pero que ciega anduve durante años.

Sí, broncas y voces no faltaban tras la puerta de la habitación, pero eran muy jóvenes, con una trayectoria personal complicada, y dos niños pequeños, que no resulta nada fácil de gestionar a los más curtidos.

A los niños los veía limpios, risueños y aunque a veces en la oscuridad de la noche, tenia ciertas premoniciones, nada hacía prever el final al que nos precipitabamos.

El día del decimo cumpleaños de Priscila, mi hijo Marcelo mostró un comportamiento anormal, no entendía su nerviosismo y a última hora de la jornada, tras acostar a los niños, salió de casa y no volvió hasta una semana después.

En ese momento volví a ser consciente que nada era lo que parecía, que mi hijo seguía enganchado a los que fuera y traté de hablar con él, pero me rehuía, se hacía el sordo o abandonaba la casa y no volvía hasta algunos días después.

Me asusté, incluso pedí ayuda y me aconsejaron hablar con la madre de mis nietos, así lo hice y creo que lejos de mejorar las cosas, destapé todo.

Un día a la vuelta del trabajo, me encontré a los niños solos, Martín se había caído y se había hecho una brecha en la cabeza, estaba todo lleno de sangre y lo que en otra ocasión me hubiera parecido un accidente normal, me alarmó y lo llevé a urgencias.

Mientras observaban al niño, sorprendí ciertas miradas entre el médico y la enfermera, fue en aquel momento cuando me pidieron que saliera junto a Priscila y esperara en la sala.

Entonces pregunté a mi nieta aquello que debía haber preguntado mucho tiempo atrás.

—Pris, cariño, ¿Qué está ocurriendo?

—Abu, mamá se marcha muchas tardes de casa, pero siempre viene antes de que tú vuelvas de trabajar.

—Pero ¿por qué no me habéis contado nada?

Entonces me quedé helada, me enseño la muñeca amoratada.

—Mamá me amenaza si te digo algo, yo la juro que no hablaré, pero Martín es de otra manera, a veces cuando se enfada dice que te lo va a contar todo y entonces…

—¿Entonces Pris?

—Se porta mal con él, le pega y le castiga, pero el es duro y yo abu…, yo tengo mucho miedo.

En ese momento la abracé, los ojos se me encharcaron en lágrimas y no entendía, como no había sido capaz de darme cuenta.

Fue entonces cuando nos llamaron dentro, yo conté lo que la niña me acababa de decir, se quedaron con Priscila y el niño y a mí me volvieron a mandar fuera.

Minutos después llegó una pareja de policías y una asistenta social, no me podía creer lo que estaba ocurriendo y en parte yo me sentía culpable por todo.

Con la declaración de los niños por separado y con la mía propia, creo que quedaron las cosas claras, no solo sufrían malos tratos de Pam, también de mi hijo, pusieron todo a disposición judicial y tras un juicio rápido me otorgaron la custodia de los niños, a los padres no les prohibieron vivir en casa, pero una asistenta social lo controlaba todo.

Los niños estaban en el colegio hasta que yo, los recogía por la tarde.

Hablé con mi jefe y tras llegar a un acuerdo con él, yo por las mañanas los acercaba al colegio, comían en él y los volvía a recoger tras mi jornada laboral.

Pero esto nos los puso a salvo. Una noche me despertaron unos gritos, Martín lloraba y Pris, gritaba. Tuve que denunciar a mi hijo que estaba dando azotes con la correa al pequeño, que se negaba a darle su hucha, para que se pagara sus sustancias.

Pam no apareció en la habitación de los niños, cuando cogí a los niños para sacarlos de allí después de que mi hijo saliera corriendo de la casa, me acerqué hasta la habitación y me la encontré en la cama en un estado que soy incapaz de describir.

Camino de urgencias Pris, me contó como a veces tiempo atrás la había visto pincharse y después se acostaba y no los molestaba.

—Pero Pris, cariño, ¿cómo no dijiste nada antes?

—Ella siempre me advertía, que, si decía algo, nos llevarían a un centro y nos encerrarían allí para siempre.

—Cariño, pero yo estoy aquí, yo nunca os dejaría, jamás os abandonaría.

Mi hijo Marcelo no volvió a parecer por casa.

Tras este incidentes, el testimonio de los niños antes la policía y los asistentes sociales no pudieron ser más crudos, voces, gritos, empujones, golpes y sobre todo extorsiones.

Así me enteré de los pequeños hurtos que me hacían en el monedero por mandato de su padre. Así descubrí como desde hacía un par de años su vida era un infierno, pero que psicológicamente, estaban controlados, entre mi hijo y su madre los habían amordazado, para que silenciaran realmente su situación.

Los abracé y lloramos juntos, entre mis brazos sentí como temblaban, como por primera vez me mostraban lo que realmente había sufrido en manos de sus padres, bajo mi propio techo y yo ciega, había sido incapaz de darme cuenta.

—A partir de hoy, ya no vivirán en casa, jamás los tendréis que ver a solas.

Tras comprometerme ante el juez de hacerme cargo de ellos e impedir el encuentro con sus padres sin autorización judicial, me permitieron llevármelos a casa.

Sí con cincuenta años, me encontré haciéndome cargo de dos niños, apenas dos adolescentes que a su corta edad llevaban una larga carga de amedrentamiento y malos tratos.

A partir de ese momento tuvimos que reinventarnos, generar confianza y organizar una nueva vida.

Me ha pillado algo mayor, pero lo suficientemente joven, para sacar fuerzas de donde hagan faltan, para que, aunque mis nietos no hayan tenido la infancia que todos los niños se merecen, su adolescencia y juventud sea lo más plácida posible.

He pasado de ser la abu, a ser la mami, creo que por fin después de diez años, somos una familia real, donde compartimos problemas, nos reímos de nosotros mismos y tratamos de dar solución a cualquier problemas que se plantee.

En el colegio, tanto las tutoras de ambos, como la psicóloga siguen muy de cerca la evolución de los niños y en varias ocasiones me han felicitado, sus notas no son buenas, son excelentes y su actitud ante todos es digna de mención.

Acaba de finalizar el curso y a Pris, la han dado un diploma como la alumna de su clase con mejor actitud y a Martín, el premio al mejor compañero.

Cuando tras el acto ambos han venido ocurriendo a mostrármelo y darme un potente abrazo, a mis espaldas he oído.

—A quien le deben de dar el premio es a ella, la abuela coraje.

Sí, oír esto me ha llenado de satisfacción, sé que lo estoy haciendo bien, pero… ¿en el pasado supe estar a la altura?

En estos momentos, sé que estoy siendo para los niños lo que ellos necesitan, pero por esto mismo, no dejo de pensar en sus padres, a Pam, la tengo gran cariño, aunque me es difícil olvidarme de algunas cosas, de alguna escenas que tal vez por mi falta de vigilancia se pudieron producir.

De mi hijo Marcelo, poco puedo decir, no supe nada hasta mucho tiempo después, me enteré por una llamada de la policía, lo habían encontrado en muy mal estado, sucio, desnutrido y enfermo.

Fui a verlo al hospital, estaba francamente mal, hablé con él y lo dejé muy claro, no quería saber nada más de él, salvo que se sometiera a una cura de desintoxicación.

Lo cierto es que no tiene muchas alternativas, el juez que vio su causa, se lo dejó claro, o se somete a esto, o tendrá que pasar al menos cuatro años en un centro penitenciario, por el maltrato continuado a los pequeños.

Es mi hijo, me duele la situación, pero si quiere volver a ser alguien, si quiere volver a ser persona y con el tiempo padre, si los niños lo quieren, tendrá que pasar por esto.

Yo no hay noche que no piense en ellos, después de que los niños se van a la cama, antes de dar por concluida la noche, me gusta acercarme a sus respectivas habitaciones, darles un beso y desearles buenas noches, luego al llegar a mi alcoba, mi pensamientos es para mi hijo, es para Marcelo, y pienso, “¿en que he fallado yo con él?”

Luego durante la noche, sueño, sueño con que se recupera, con que vuelve a casa con todos los parabienes y esa sonrisa que tan cautivadora tenía desde niño.

Soñar es gratis, como madre quiero lo mejor para mi hijo, pero sobre todo lo mejor para Priscila y Martín.

En este momento, Martín lleva unos meses en un centro de desintoxicación, en el fondo en un privilegiado, por mediación del juez, ha conseguido plaza en este lugar, yo hasta que no lleve medio año, no lo quiero ir a ver. Le escribo cartas casi a diario, el conoce mi posición y el estado y progreso de los niños, sé que estoy siendo cruel con él, que tal vez mi visita, un abrazo…

Pero lo importante son los niños, los malos tratos que sufrieron delante de mis narices y yo sin darme cuenta.

Desde hace unas semanas por consejo de la psicóloga, no los voy a buscar al colegio, deben de tener confianza en ellos mismos, empezar a gestionarse pequeñas cosas y sentirse de este modo responsables.

Cuando llegan a casa y me saludan con esos abrazos y esos besos, me siento muy feliz, pero eso no me exime de ningún modo de sentirme una fracasada en el pasada y no haber sido capaz de ver, lo que antes mis propios ojos estaba ocurriendo.

Featured Posts
Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page