top of page

Abigaíl

Abigaíl




Sí, este mi nombre, y hoy quiero compartir con vosotros mi historia, una historia corriente, de estas con las que te encuentras a diario, pero que a veces marca a una persona para toda la vida y de la que el entorno más cercano apenas se entera.

Efectivamente soy una de esas mujeres que no se puede decir que haya sido un dechado de felicidad, tal y como todos las conocemos, pero que lejos de amilanarme por ello, siempre he mirado al mañana y con la frente alta, sin perder mi esencia por ello.

Por naturaleza soy persona vital y alegre, hija única, con todo lo que conlleva eso, tuve una infancia muy feliz, mimada por mi madre, el ojito derecho de mi padre, pero al llegar la pubertad todo cambio, es como si dentro de las cuatro paredes de mi casa, alguna especie de maleficio se hubiera centrado, y es porque la alegría desapareció y un halo de tristeza lo cubrió todo.

Fue al día siguiente de cumplir los once años, cuando a la vuelta del colegio, mis padres de manera excesivamente ceremoniosa me hicieron sentarme en el sofá del salón, entre ellos dos y así, de ese modo me informaron de la grave enfermedad que padecía mi madre.

Así en mi mente, asumí la nueva circunstancia, pero lo cierto es que yo en mi pequeño mundo, imaginaba que sería algo como lo de la vecina del quinto, una de esas enfermedades que simplemente te limitan algo en tu existencia, que te metes en cama cuando te da un brote, tienes unos días malos y poco después, haces un tipo de vida normal durante semanas, hasta que le ciclo se repite.

No, lo de mi madre, era mucho más grave y lo peor de todo es que era irresoluble.

Sí, un cáncer galopante, que no la permitió verme cumplir los trece años. Recuerdo pese a mi juventud, el pesado velo que cayó sobre las cuatro paredes de mi hogar, en mi interior lo sufrí, como ver esa pesada lápida de la sepultura, caer sobre el féretro de mi madre, en el cementerio y separarme de ella para siempre.

Durante meses mi padre fue un alma errante, no vivía, pasaba simplemente por la vida, y por más que yo trataba de animarle, nada conseguía.

Un día volvió a casa con otro semblante, cambió mucho solo en unos días, sufrió un cambio radical en su forma de vestir, hasta se compró uno de esos perfumes que anunciaban en televisión,

Yo no conseguía entender nada, hasta que una noche ente nervios y palabras atropelladas, me sentó en el sofá

.

—Abigaíl, hija, siéntate, tengo que hablar contigo.


Así fue como me enteré de que alguien había entraba en la vida de mi padre y por supuesto en la mía.

Se llama Jacqueline, apenas tenia unos años más que yo, veintidós según me dijo, la había conocido en el bar donde desayuna al lado de su oficina y tras unos cuantos encuentros, lo habían decidido.


—Hija, sabes que soy joven, que esta casa desde hace tiempo no es lo mismo, y tú necesitas tener cerca un referente femenino.


En un principio, tal vez por mi corta edad, me sentí culpable, entendí que necesitábamos a alguien para llevar la casa, porque yo no era capaz de hacerlo.

Poco después, ya que Jacqueline se vino a vivir con nosotros y compartir con mi padre la misma habitación y la misma cama que meses atrás había compartido con mi madre, empecé a tenerlo claro, Jacqueline había venido para quedarse y de este modo, alterar ese pequeño mundo que, tras la ausencia de mi madre, aún no había podido acostumbrarme a él.

Fueron muchos los que me aconsejaron, los que hablaron conmigo, tratando de aminorar mi grado de incomprensión, pero que lejos estaban de aproximarse a eso que a mi me toco vivir día tras día, entre las cuatro paredes, de lo que hasta ahora había sido mi hogar, y que ahora…

No, no era una cárcel, yo tenia libertad para entrar y salir, para hacer prácticamente lo que quisiera, pero fuera de casa, era entrar en casa y empezar a sentirme incomoda,

La casa estaba abandonada, sucia, todo sin recoger y el tema de las comidas todo un desastre, era rara la noche que no me encontraba una nota, con unos pocos euros, para que pidiera algo de comida rápida, mientras ellos salían a cenar fuera.

Mi cuarto se convirtió en mi castillo y yo empecé a prescindir de tanta pizza y hamburguesa y mis cenas se convirtieron en algo tan fútil a mi edad como un yogur o un vaso de leche con galletas.

Mi edad era complicada, mi cuerpo cambió muy rápido, mis hormonas estaban revolucionadas y claro al disponer de dinero, enseguida descubrí esas tiendas de ropa que con el dinero que me ahorraba de las cenas, me permitían destacar entres mis amigas y compañeras de clase.

No, no era un descerebrada, a pesar de ese momento complicado de la pubertad, de ese difícil trasiego de despertar a la adolescencia y lo que es peor aún, sin la ayuda de una madre, y un padre más perdido aun, que yo misma.

Lo que no calculé es que donde realmente estaba creando un monstruo era en casa, Jacqueline, sentía celos de mí, cada día era algo más patente, me jugó algunas, como aquella ve que quemó una de mis camisetas favoritas adrede, ya que nunca se había tomado la molestia de usar la plancha y para una vez que la usa, fue para quemar la dichosa camiseta, que tanto la gustaba y ante mi negativa a dejársela, “lamentablemente se quemó”

Yo como una niña que era, la monté, me quejé amargamente a mi padre y si bien es que, yo no fui consciente que esa batalla la tenía perdida, ella me declaró soterradamente la guerra, delante de papá era una mujer dulce, compresiva, pero era quedarnos solas y éramos dos gatas de uñas afiladas, desafiándonos por cualquier cosas.

NO, yo soy consciente que no se lo puse nada fácil, que luché y me defendí, pero era guerra era muy desigual, yo aún no tenia catorce años y ella una mujer adulta que, entre celos y pura maldad, fue minando mi moral y anulando mi alegría hasta el punto de que, un día llamaron a mi padre del instituto.


—Sr. Ribas, no se si usted es consciente, pero el rendimiento de Abigaíl en los estudios ha pegado un bajón que nos alarma.

—Bueno, la pérdida de su madre ha sido un palo muy grande para ella, creo que la debemos de dar un poco de tiempo.

—Eso es algo que suele afectar mucho, máxime a su edad, pero ni durante la enfermedad de la madre, a perder muchos día de clase acompañando a su madre a las sesiones de quimioterapia, ni tras su muerte, sus estudios se han visto alterado, pero es desde hace dos meses, cuando…

—Tendré que hablar con ella, a ver si consigo enderezar el asunto.

—Sr. Ribas, antes de hablar con ella, creo que debe pensar un poco, ¿si hay algo en su entorno?, ¿algún cambio?, que pueda haber producido este cambio, y así cuando hable con ella, tener las cosas más claras.


Mi padre, no se dio por aludido, no le culpo por ello, estaba en esa etapa que el amor lo cegaba, no veía más allá de sus narices, Jacqueline sabía cómo lo tenia y tras ganarme una batalla tras otra, dejarme tocada y hundida, comenzó a malmeterle de mí.

No sé que cosas se inventó, de algunas sí que me enteré, de otras supe que algo ocurría, pero sin llegar a estar en lo cierto de que se trataba, pero yo pasaba de un castigo a otro, y mi cuarto, entonces sí que se convirtió en mi cárcel, en el lugar donde purgar mi castigo, ya que apenas podía salir de él, era fin de semana sí y al otro también cuando estaba castigada sin salir por uno u otro motivo.

Fueron meses muy duros, me sentía incomprendido por la persona que lo era todo en mi vida, y el seguía ciego, sin ver nada.

Sí, del maltrato psicológico, pasó a algún que otro tirón de pelo, a amenazas constantes, en esta época una frase se me quedó grabada a fuego en mi cabeza.

—Cuando venga tu padre, ¡te vas a enterar!


Cuando hacía algo, era por hacerlo mal, cuando no lo hacía, por no hacerlo, y yo perdida, sin nadie que me dijera que debería hacer, o como podría salir de una situación que me estaba llevando a una situación que por momentos me parecía irreversible.

Mi padre, ya no quería hablar conmigo, en cuanto le decía algo, cerraba de manera tajante la posibilidad de escucharme.


—Ya estamos Abigaíl con tus tonterías, me tienes un poco harto, como si yo no tuviera lo mio, encima…


Yo me iba a mi cuarto, me tiraba en la cama y empapaba el colchón con mis lágrimas, hasta casi deshidratarme.

Mi madre era hija única y salvo alguna prima, poco más quedaba de la familia y yo para ellas era prácticamente una desconocida, para la familia paterna, todo eran consejos sin sentido, que el único fin era que entendiera a mi padre.


—Abi, hija tienes que entender que tu padre es un hombre joven, que tiene derecho a reconducir su vida y tu debes apoyarlo en todo.


Yo lo entendía, pero ¡mi padre es una persona adulta!, con otras capacidades de gestión mucho mejores que las mías, ¿quién pensaba en mí?, ¿quién miraba por mis intereses?

Fueron muchas veces que en la soledad de mi triste cuarto, creí escuchar la voz de mi madre.


—Mi pequeña, tú no tienes necesidad de pasar por esto, ¡no lo pienses, déjalos y vente conmigo!


Sí, fueron muchas las veces que las tentaciones fueron oscuras, era lo más inmediato para volver paradójicamente a sentirme viva, estorbaba en mi propia casa, Jacqueline había ganado, me había anulado como persona, para mi padre no era nada más que una carga a la que se veía obligado a sobrellevar.

Después me enteré de que pidió ayuda a mi abuela, su madre, para que me permitiera vivir con ellos, pero estos se negaron, hoy en día, no sé si fue por comodidad o por hacerle tomar consciencia de que yo era responsabilidad en primer lugar de él, y que debía aprender a darnos a cada cual su sitio.


Hoy todo es diferente, bueno hoy soy una mujer que vive con su pareja, la relación con mi padre es correcta, pero fría.

Vive solo, casi abandonado, Jacqueline, lo dejó por un hombre más joven y sobre todo mejor posicionado económicamente.

Yo a los dieciséis años, alegando que quería estudiar unos módulos que no se daban en los alrededores, lo convencí para permitirme ir a vivir a otro sitio, mi compromiso es que apenas le iba a costar nada, ya que había conseguido un trabajo en un restaurante de comida rápida.

Sí, me mataba a trabajar, apenas tenía vida, pero al menos algo tenía y era lo que yo había escogido.

De todo aquello, aún con el riesgo de que en varias ocasiones estuve a punto de cometer una locura, me sobrepuse, salí adelante y hoy soy nuevamente esa persona, positiva, risueña, feliz y vita que fui cuando era niña y estaba bajo el paraguas y la protección de mi madre.

A todo esto, solo una pequeña pega, una guerra soterrada con mi pareja por tener descendencia, yo no quiero traer a nadie al mundo, que se pueda encontrar en una situación como la que yo sufrí

Se que soy egoísta, que solo pienso en mí, y esto lo supero de alguna manera, o a la larga soy consciente de que me acarreará algún disgusto y para evitarlo es otra cosa que debo aprender a gestionarlo.

Featured Posts
Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page