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CLARABELLA

Clarabella



Soy mujer plena, pero no siempre fue así, a pesar de ello, tengo un cuerpo diferente, pienso como mujer, siento como mujer, tengo pechos prominentes, pero entre mis piernas, aún perdura esa parte de mí, con la que la naturaleza fue poco consecuente.

Travesti, adefesio, enfermo, vicioso, monstruo de circo, me han llamado frecuentemente.

He visitado psicólogos, psiquiatras, terapias miles y diferentes, he seguido, ahora mujer plena soy y aunque mi cuerpo diga otra cosa, yo no me siento diferente.

Después de muchos años, de padecer, de sufrir acoso, malos tratos, algunos desplantes, mucha incomprensión, soy mujer fuerte.

Por la vida ando con la cabeza erguida, alegre mirando al frente, pero en mis momentos de soledad, esos momentos difíciles a los que todos nos enfrentamos con un gran sufrimiento, voy repasando mi vida, y salpicada de amargos instantes y mucho sufrimiento.

Dese la madurez dada, por algunos años, por algo de experiencia, por poca comprensión y mucho dolor interno paso a narrar mi historia,

No lo quiero hacer por victimismo, de eso hastiada me siento, lo hago desde la experiencia, desde el punto de vista de lo vivido, que seguro que algo a los demás, aportar sobre todo esto puedo.

El tiempo, si relativizar “el problema” has podido, si has podido sanar mentalmente y superarlo, si al final te has aceptado y asumido tu cuerpo, te hace persona fuerte, al margen de tu cuerpo y sexo.

Recuerdo que no tendría más de cuatro o cinco años cuando me tiraba del pene y gritaba que no quería tener eso.

—Ya verás dentro de diez años como te gusta, —me decía mi madre.

Así fue diez años después, cuando ya no era solo mi pene, era todo mi cuerpo lo que odiaba, y sobre todo ese bello que apareció encima de mi labio superior y alrededor de mis pezones.

Me miraba al espejo y creía ver una imagen distorsionada, una imagen que no correspondía a lo que realmente era y me sentía yo por aquel entonces.

A esa edad, ya no tenia amigos, los veía tan…, si tan distintos a lo que yo quería ser y sentía.

Fue cuando empecé a vestir de una manera diferente, pantalones más ajustados, y lo que es peor, a tratar de disimular el incipiente bulto que tenía ente mis piernas.

En principio me limite a usar unos calzoncillos muy ajustados, poco después fue una medida insuficiente y usaba incomodos esparadrapos, que me lo pegaba hacía la parte de atrás y lo hacía casi imperceptible.

Para eliminar el bello de la cara usé cera en lugar de las clásicas cuchillas, que decían potenciaban el crecimiento y el grosor, pero en mi carné decía que era chico, para la sociedad era un chico, tenía que usar los baños de los chicos y se me exigía que me comportara como tal.

Lo peor es que yo no entendía nada, me sentía mujer, me movía como tal y no entraba en mi cabeza, que nadie en mi alrededor fuera capaz de entender eso que para mí estaba tan claro.

“Maricón, nenaza, bujarrón”, fueron de las cosas mas suaves que me dijeron. Lo siguiente fue el acoso, la presión, el acorralarme en un rincón del patio del colegio y decirme de todo, al tiempo que me escupían y me daban pequeños golpes por todos sitio.

No, no me importó tener que deja las redes sociales, para evitar sentirme acosada las veinticuatro horas del día, después desinstalé la aplicación de WhatsApp, pensando que con ello estaría a salvo de esa pesadilla, pero que equivocada.

Tuve que hacerme pasar por enferma, para no tener que salir de casa, en realidad lo estaba, estaba tan grave, que a punto estuve de cometer una locura, no me dejaban ni de respira y por unas horas…

Todo cambio, por una pequeña charla con mi madre, ella no entendía nada, pero ella y mi padre, que aún entendía mucho menos, me acompañaron esa misma tarde a Cogam.

Fue un punto de inflexión en casa y en mi vida, al llegar a casa, estaba muy desorientada, pero mi padre me miró a los ojos y me dio tal abrazo, que por unos momentos creí que eremos un mismo cuerpo, y cuando sentí la humedad de sus lágrimas mojando mis mejillas, al tiempo que me pedía perdón por su incomprensión, fuimos un mismo alma.

Al día siguiente volví al instituto, pero no lo hice sola, me acompañaron mis padres que solicitaron inmediatamente una reunión con el director y con el psicólogo del centro.

No fue una reunión agradable, ambos trataban de echar balones fuera, incluso aconsejaron un cambio de centro, para quitarse el problema de encima, pero tras una defensa acérrima de parte de mi madre, fue mi padre el que puso los puntos sobre las íes.

—Se queda aquí, esto es responsabilidad de todos y si en algún momento tengo la sensación de que el centro hace dejación de sus funciones y deja que se vuelva a acosar a mi hija, en sus instalaciones, quien no cejaré de acosar por todos los medios a este seré yo, incluidos los medios de comunicación.

Utilizar por parte de mi padre en la misma frase acoso y medios de comunicación, hizo que director y psicólogo se miraran de un modo bastante significativo.

—Bueno, es un problema nuevo, indicó el director.

—Los protocolos tampoco ayudan mucho, —quiso apostillar el psicólogo.

—Los protocolos están claros en muchas cosas, sobre todo en la protección de la víctima y en tomar medidas contra los acosadores, como identificarlos y dar los pasos necesarios para que el acosos no se vuelva a producir.

—Sobre el papel es fácil, pero en la práctica…

—¿Nadie vigila durante el recreo en el patio en este centro?

—Por supuesto, todos los docentes nos turnamos en ello, —dijo el directo algo a la defensiva.

—¿Desde la sala de profesores?, que por cierto, no tiene vistas al patio.

—Bueno, esto tampoco es un estado policial, a veces…

—Ese a veces, quiere decir…, ¿que nunca están en el patio con el alumnado?

—Tampoco llevo unas estadísticas al respecto.

—Pues yo si hay algo que quiero dejar claro, hoy vuelve mi hija al colegio, y esta tarde cuando vuelva a casa, volverá a activar todas sus RRSS, sé que lo que ocurre fuera del centro no es asunto suyo, pero sí, aquí dentro…

Mi padre dejo la frase en suspenso, mientras teatralizaba la situación gesticulando con la mano.


Cuando salimos de ese despacho, sentimos que habíamos ganado la primera batalla, en los ojos del director y el psicólogo, preocupación y un tanto desbordados por la situación.

No, no fue un camino fácil, fueron muchos los expedientes que se abrieron, montones de reuniones, enfrentamientos con algunos padres, para los que yo era un mal ejemplo para sus hijos, y debían expulsarme del centro “para no contaminarlos”.

Sí, también alguna denuncia en la comisaria de la policía y al final, acudir a los medios de comunicación, sobre todo a la televisión.

No, no fue fácil, pero de estar a punto de suicidarme por mi incapacidad e gestionar algo que me venía muy grande, a hacerme fuerte, a sacar fuerzas de donde no las había y sobre todo, poco a poco a ir teniendo las suficientes herramientas para afrontar todas y cada una de las situaciones.

Aun así, aprovechaban las circunstancias más inverosímiles para acorralarme sin ser vistos, sin poder ser denunciados ni acusados de nada, ellos también aprendieron y alguno como el retrogrado de Ramón arropado por sus padres, me supo buscar las vueltas y siguió haciendo de su capa un sayo.

Aquí fue dónde Cogam me asesoró. Conociendo su forma de proceder, le hice una encerrona, me dejé seguir hasta un lugar determinado, allí había una cámara de esas que por entonces no abundaban y que hoy cubren casi cada rincón de la ciudad, me mostré más sumisa que nunca, él se fue creciendo, insultos, escupitajos, patadas, hasta un ojo morado de un codazo, más involuntario que otra cosa, pero que tras la denuncia en comisaria y tras hacerme unas fotos, fue mi mejor aliado ante el juez.

Lo mando tres meses a trabajar lo fines de semana, con un asistente social que ayudaba a miembros de la etnia gitana, en un poblado del extrarradio.

Esa misma semana una pareja de policías, vino al instituto a darnos charlas sobre acoso escolar y ciberacoso, supusieron un antes, y un después, en mi propia existencia.

Algunos, a partir de ese momento me ignoraron, pero me dejaron estar tranquila, para otros fui una especie de abanderada y aquí surgió mi verdadera personalidad.

Terminé mis estudios con tranquilidad y después me preparé para ser asistenta social, hice derecho y me dedico en cuerpo y alma a luchar por la protección de las victimas de acoso de cualquier clase, raza, sexo, religión y aunque yo me considero una activista por la diversidad, a veces tengo la sensación de que no avanzamos, o lo hacemos mucho más lento, de lo que a mí me gustaría.

Hoy en día en el parlamento nacional y en otros muchos autonómicos, se estudian o se han aprobado muchas leyes en pro de esta igualdad, pero la práctica es otra cosa.

Hay un problema de educación, y mientas este no se ataje desde la infancia, no tendremos una sociedad justa.

Mi adolescencia no fue justa, simplemente por el hecho de haber nacido diferente, mucha gente lo tiene claro, pero para aquellos que aún no lo comprenden, yo les pregunto…

¿Qué culpa o responsabilidad tienen ellos por haber nacido con un color de ojos, o pelo determinado?, ¿son responsables de haber nació altos o bajitos?

¡Narices!, pues del mismo modo que yo nací en un cuerpo que no me correspondía, por lo tanto, asumamos la diversidad con naturalidad y dejemos que nuestros niños puedan crecer felices, preservando su verdadera naturaleza.

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