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Patricia


Hola, mi nombre es Luisa Martín, aunque mi esto aquí tiene muy poca relevancia, ya que lo que vengo a contar es la historia de Patricia, una mujer cuyo expediente vino a parar a mis manos de forma casi ocasional.

Soy asistenta social, ella acudió a mi de manera accidental, algo sin importancia, pero para poder matricular en no sé qué centro a su hijo Martín, la pedían un certificado y alguien dejó caer, que esto se lo suministrarían en asuntos sociales del barrio, ni que decir tiene que este contacto fue infructuosos, pero si lo suficiente, para obtener alguna información, que me alertó y por pundonor profesional, en un principio me hizo ponerme en contacto con el abogado del centro y posteriormente este me reenvió a mantener una entrevista con la fiscalía de menores.

En esta conversación banal, descubrí, que su actual pareja un tal Federico, no era el padre de Martín y por lo que me contó, necesitaba este certificado debido a que el tan Fede, se negaba a echarla una mano en este aspecto con su hijo.

Sutilmente llevé la conversación a mi terreno, y cuando se quiso dar cuenta…

—No, no, mi Fede es buena persona, con el no nos falta de nada, pero ya sabes hoy en día, los niños exigen tener su TV por cable, su vídeo consola, esas cosas que los tiene todo el día atontados delante del televisor sentados en el sofá y sin hace nada.

—Pero ¿tú trabajas, no?

—Sí, me tiro todo el día de una punta a otra de Madrid, voy limpiando casas haya donde me llaman, a veces pierdo más tiempo en el metro o el bus, que trabajando, pero así, al cabo del día me saco mi buen sueldo, sueldo que nos da para comer y pagar la hipoteca y poco más.

—Bueno, al menos tienes un techo propio donde cobijarte, —dejé caer de manera distraída, esperando su reacción.

—Al menos mientras estemos juntos, así será, el piso es de Fede, yo al estar juntos…

—Claro tiene sentido que, al vivir juntos, compartáis todos los gastos, al fin y al cabo, en cualquier otro sitio tendrás que pagar un alquiler.

—Sí, ya se encarga Fede de recordarme esto, pero, al fin y al cabo, salvo para el abono transporte, poco más me queda del sueldo.

—Son tiempos complicados, se mata uno a trabajar y apenas cubre gastos, así están muchas familia.

En ese momento, supongo por la necesidad de abrirse, tal vez angustiada, comenzó a abrirse a mí.

—Sabes, mi madre me puso Patricia, pensando en eso de los romanos, ella siempre decía que los nombres que se ponían a los niños, influenciaban en el resto de su existencia, así yo sería de la parte dominante, de los que mandan, según le gustaba decir a ella, y mira, por un techo a veces…

—¿Qué pasa a veces?, Patricia.

—Pues eso, que no solo se siente prostituida, la que se dedica a hacer la calle, que a veces por dar una cierta estabilidad a Martín, un techo bajo el que cobijarnos y sobre todo con la esperanza de que mi hijo tengo un referente masculino, tal vez…

Fue en este momento, cuando decidí entrar al fondo del tema, la invité a un café y cambié la táctica.

Así es Patricia, de mujer a mujer, a veces somos demasiado blandas y ellos saben aprovecharse de esta debilidad.

—No, no, Fede no es así, el necesita todo el dinero que cobra, para ayudar a una hermana que tiene problemas, por eso yo soy la que me tengo que hacer cargo de la casa.

—¿Qué problemas son esos?, no sé, según me dijo tiene una enfermedad de esas raras y los medicamentos ya se sabe como están de caros, más, si no entran en la Seguridad Social.

—¿Y la visitáis con mucha frecuencia?

—No, no, su enfermedad es contagiosa y no dejan que tenga visitas en el hospital, donde está ingresada.

—A ver, ¿está ingresada en un hospital público?

—Sí, en el Gregorio Marañón, bueno creo que es de la Seguridad Social, ¿no?

Aquí ya me saltaron todas las alamas y traté de sonsacar de una manera suave.

—Sí, ya veo que es una situación difícil, que nos lleva a estar extresados todo el día, y como es normal, a veces incluso estará agresivo.

—Por mi no hay problema, lo conozco bien y sé que de algunas voces y algún que otro manotazo, no pasa, pero cuando se mete con mi hijo, eso sí que me duele.

—Claro, sí Martín está todo el día viendo la tele y jugando a la consola, es normal que a veces se exaspere.

—¿Mi martín?, si es un ratón de biblioteca, vamos un empollón de esos. Bueno entre eso y los recados que Fede le pone cada día.

—¿Recados?

—Sí, por la noche normalmente le deja media docena de paquetes preparados que trae cuando vuelve de con sus amigos, y al día siguiente, Martín, los tiene que entregar. Ya sabes, es una manera de sacarse un pequeño sobresueldo, haciendo estos recados.

—Entonces, vuestra economía debe estar saneada.

—Tú me ves como voy, apenas da para ir vestida de una manera decente, las medicinas están por las nubes y todo el dinero es poco, a veces…

La miré con cara de incrédula, e invitando a proseguir.

A veces se pone muy nervioso y ente tú y yo.

En ese momento se quitó el pañuelo que llevaba al cuello y unos feos moratones aparecieron a la vista.

—Ya veo que es pasional, —solté con toda intención.

—Pasional era al principio, ahora…, estos son las marcas de sus dedos.

—Pero eso es denunciable, a eso si que no hay derecho, —solté de golpe indignada, a la vez que me delaté en mi estrategia.

En ese momento, Patricia se levantó de la silla, alegando que tenía mucha prisa y se despidió de una manera precipitada.

Encima de mi mesa un formulario con algunos datos, que me permitieron saber sobre el tal Federico, y por mediación del abogado de la fiscalía, tener mucha más información sobre su expediente personal y delictivo.

Hijo único, con denuncias de su madre en vida por frecuentes maltratos, vividor en el sentido más amplio de la palabra.

En las siguientes semanas tuve varios contactos con ella, incluso llegamos a tomar un café juntas, la excusa era ayudarla con ese certificado que necesitaba, y aunque no era gestión mía, sí que conseguí echarla una mano, pero cada vez que volvía a asacar el tema y hacerla que abriera los ojos con respeto a Federico, se cerraba en banda y salía huyendo precipitadamente. El último día, la sujeté de la mano unos segundos.

—Sé que no es fácil, pero acuérdate de mí si necesitas mi ayuda.

Hizo una leve mueca a modo de sonrisa y se alejó.

Ahora la tengo delante, está en una triste cama de hospital, lleva casi un mes en coma, de su cara han desaparecido casi todas las heridas, solo alguna marca casi imperceptible, pero me imagino que el alma la tiene rota y algo más en su organismo que no termina de sanar.

Los médicos le tuvieron que extirpar el bazo, que se lo había reventado, una fuerte hemorragia interna, que pudieron controlar, sus constantes vitales no parecen muy alteradas, pero su vuelta a la vida no se produce, y los profesionales según pasan los días se muestran más pesimistas con respecto a esta salida del coma.

Cuando esto ocurrió, yo acudí como asistente social a hacerme cargo de Martín, no sabía realmente quien era la mujer maltratada y me lo encontré todo de sopetón.

Después Martín, si que me ha puesto al corriente de la situación real de su madre y de él mismo.

No era cuestión de mal humor, era violento por naturaleza.

El niño en su desesperación me contaba, que muchas veces estuvo tentando de ir a la policía con uno de esos paquetes que le obligaba a entregar a diario, un día incluso llegó a entrar a una de ellas, pero de golpe, le vinieron a la cabeza las palabras que Federico tantas veces y de manera machacona repetía.

—“Si no fuera por mí, estaríais viviendo debajo de un puente”

La verdad, es que como profesional me siento muy frustrada, tenía indicios, sospechas, incluso algunos datos y de alguna manera soy un eslabón más de esta cadena social, y que a pesar de ser un tema que no me correspondía, podría haber hecho algo más, para que este hecho, no se hubiera producido.

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