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Lourdes

Lourdes




Me llamo Lourdes, he vivido, he sentido, pero sobre todo y de puertas para adentro, he sufrido y lo he hecho con muchísima intensidad.

A veces se dice que cada uno tenemos lo que nos merecemos, cosas del karma, dicen otros, yo no sé si me merezco lo que me ha ocurrido, siempre he sido más papista que el Papa, siempre he dicho que no solo son importantes los hechos, sino que también lo son y en buen grado las formas, sin embargo, lejos de que esta forma de actuar me hiciera la vida más fácil, creo que me la ha complicado.

Sí, otro de mis defectos es ser una gran defensora de lo que se llama buenismo, creo que el ser humano es bueno “per se”, y tal vez esta es la única lección, que después de todo lo ocurrido, he conseguido aprender.

Para completar una fotografía de lo que, en sí, soy como persona, he de añadir, que además me gustan los hombres un poco canallas, en el sentido más romántico de la palabra, esos un poco sinvergüenzas, echados para adelante, algo trasgresores, pero claramente, esto que me gusta, no los exime de ninguna de las maneras, ser lo que son, crueles, egoístas, ruines y malvados.

Nunca hasta ahora he sido capaz de ponderar que, eligiendo este tipo de hombres, estos perfiles, tal vez, y solo tal vez, estaba jugando con fuego.

Cuando tenía dieciséis años, ya les di el primer disgusto a mis padres, al enterarse de que, me habían visto con Ramón, lo intentaron todo, aunque primero hablaron seriamente conmigo.


—Lourdes hija, ¿cómo puedes ir con ese hombre?, ¿acaso no sabes quién es Ramón?

—La gente habla mucho mamá, si fuera como se dice, en lugar de estar en la calle, estaría en otro sitio, ¿no?

—Dicen que se pasa más tiempo en el otro sitio que, en su casa, y tú lo sabes.

—A mí me lo ha negado, y además, lo que me importa, es su comportamiento conmigo.


Que ingenua era, para cuando se produjo esta conversación, ya había sacado la mano a pasear alguna que otra vez, ya me había prohibido vestirme con alguna que otra prenda y lo que es peor, ya había hecho criba de a que amigas debía ver o no, y sobe todo me había dejado de manera muy clara, que los amigos hombres no existen y que en mi vida a partir de ese momento el único hombre era él.

Por parte de mi familia, se sentían desbordados, eran incapaces de hacerme entrar en razón, por más que me argumentaran, yo siempre tenía una respuestas a punto, seguramente bien aleccionada por Ramón, que de alguna manera providencial o por su experiencia, siempre se adelantaba a la preocupación de mis padres.

Fue entonces, cuando mi abuela Mercedes, cayó enferma, creo que en ello mis padres vieron el cielo abierto, y tras su salida del hospital, después de diez días ingresada, decidieron que, por una pequeña paga, fuera yo la que me encargara de cuidarla.

Eran casi doscientos kilómetros, los que separaban a mi familia de mi abuela y por supuesto los mismos kilómetros, que me separarían de Ramón por una temporada.

Todo se hizo con mucha premura, apenas tuve tiempo a reacciona y, por supuesto, ni mucho menos a poder hablar con Ramón.

Creo que en casa vieron de esta manera la solución perfecta que, en solo unas semanas de distanciamiento, Ramón se olvidaría de mí, pero que confundidos estaban.

Durante días me dediqué exclusivamente a cuidar y disfrutar de la compañía de mi abuela, Ramón se había ido de mi cabeza, pero…


—Lourdes cariño, deberías acercarte a la farmacia antes que se haga de noche.

—No te preocupes abuela, termino de recoger la cocina y voy en un momento a por tus medicamentos.


Sí, había aún luz de día cuando salí de casa, pero la farmacia estaba con cuatro o cinco clientes de esos que van a la farmacia con una lista, como la de la compra, de una familia numerosa y al volver…


—¿Dónde vas tan sola? —escuché una voz que, aunque sabía que era conocida para mí, salió algo impostada y de momento no la reconocí.


Una fría mano me cogió el cuello, a la vez que la otra me tapaba la boca.

Entonces le vi la cara, entonces sus ojos y los míos coincidieron y un frío seco, me recorrió toda la columna vertebral, a la vez que un perlado de sudor apareció en mi frente.


—Eres una puta como todas, me has dejado tirado, y ni siquiera has tenido ovarios de decírmelo a la cara.

Yo traté de justificarme, de explicarle que no lo había dejado, que solo…

Entonces sentí como su mano abierta se estrellaba contra mi mejilla, como me sujetaba fuertemente por el pecho y me cruzaba la cara una y otra vez, mientras no dejaba de soltar insultos e improperios.

Durante unos segundos no entendí nada, no comprendía nada.


—Hija te ocurre algo, —escuché a alguien, miré a mi alrededor, solo estaba yo, de rodillas en el suelo y el señor que estaba haciendo la pregunta.

—No, gracias he tropezado y me he caído, simplemente ha sido eso.


Cuando mi abuela se recuperó y volví con mis padres, Ramón solo era un recuerdo, y afortunadamente para mí estaba en la cárcel.


Tras Ramón llego Pedro, poca diferencia con el primero, pero en esta ocasión tuve que comérmelo yo sola, mi madre estaba enferma, con un duro tratamiento de quimioterapia, el tiempo de felicidad en este caso apena duró hasta que consiguió llevarme a la cama, era un objeto en sus manos, un simple florero delante de los demás, y una muñeca para su disfrute sexual en la cama.

Con Pedro abrí pronto los ojos, pero los terminé de abrir el día que me vi saliendo de urgencias con un brazo en cabestrillo, tras retorcérmelo de manera cruel, por no haber reaccionado tal y como él esperaba, delante de un amigo.


Pero como dice el refrán no hay dos sin tres y Tomás el tercero, con el que incluso me casé y a punto estuve de tener un hijo de él.

Era un hombre moderado, me respetaba y a pesar de que alguno me había prevenido sobre él, a mí me mimaba, incluso me hacía sentir una mujer plena y feliz.

Pero sí, cuando el rio suena…

Ante los primeros problemas salió la cara b de mi marido, era celoso, inseguro y sí, una maltratador.

Cómo dije antes, me había quedado embarazada y cómo en tantas mujeres ocurre, el embarazo ilumina la cara, nos embellece de una manera natural, es como si la vida que llevamos dentro, nos ofreciera unas energías renovadas, unas ganas de vivir como jamás había sentido.

Pero en esta cara y cruz de la vida Tomás empezó a tener problemas laborales.

Un día yendo de paseo, nos cruzamos con un hombre por la calle, en mi cuerpo el embarazo aún era inapreciable y, si es cierto que el hombre me miró escasamente, la reacción de mi marido fue absolutamente desproporcionada, y continuó actuando de este modo nada más llegar a casa.


—Luego dicen que pasan cosas, pero saliendo así a la calle, como no te van a mirar, luego claro, toda la culpa es e los hombres, pero mírate, ¡mírate! —gritaba como un energúmeno, a la vez que me arrastraba llevándome el brazo ante el espejo del salón.

—De que hablas Tomás, si algo me considero, es una mujer discreta.

—Discreta, discreta, —repetía a la vez que, me arrastraba hasta el baño y cogiendo una toalla, trataba de limpiarme la cara.

—Vas pintada como una puerta, gritando que te miren, provocando por donde pasáis sois, sois...

—¿Qué soy Tomás?, ¿Dime que soy?


A estas alturas de la vida no tengo claro, si hay palabras que es mejor no decirlas o, por el contrario, tal y como dice el refrán, es mejor morir de pie, que vivir de rodillas.

Esa noche conocí a un hombre absolutamente desconocido para mí, un hombre, ante el cual me habían avisado, me habían advertido, que no era trigo limpio y hasta que no lo comprobé en mis propias carnes, no lo creí.


—Eres una zorra como todas, una zorra que sale a la calle a provocar a cualquier ingenuo.


Esto fue lo último que escuché, un fuerte golpe en la cara que me hizo perder el equilibrio, mi cabeza se golpeó con el lavabo, me mareé y cuando caía al suelo mi incipiente barriga se estrelló en esa caída libre contra el pico de la bañera.


No volví a ver a Tomás, como todo valiente de pacotilla, al verme en el suelo, con la cara ensangrentada, salió precipitadamente de la casa.

Yo me arrastré como pude, salí al rellano del piso y pedí ayuda antes de volver a perder el conocimiento.


Esa noche ya en el hospital, perdí a mi hijo, cuando me preguntaron por la causa de los hechos, por un momento dudé, por unos instantes pensé en mentir y encubrirlo, pero ante mi duda, él médico, me ayudó.


—Tranquila Lourdes, tómate tu tiempo, ya tu vecina Dolores nos ha dicho que te ha oído discutir fuertemente con tu marido y cómo momentos antes de salir tú pidiendo ayuda, el salía del domicilio precipitadamente.


Sí, Tomas fue mi tercera historia de amor y mi primer marido, por los tes he sido maltratada, anulada como mujer hasta el punto, de haber estado casi dos décadas sola, traumatizada por esta relaciones insanas, y ahora…

Metida en los cincuenta, ha llegado a mi vida Luis, un hombre dulce, de buenos modales, viudo.

En un principio me parecía tan blandito, tan adorable, que no concebía que un hombre así pudiera entrar en mi cabeza, pero una noche al meterme en la cama y sobre todo ante el miedo a la soledad y terminar así mi vida, me pregunté, y ¿por qué no?

Sí a la mañana siguiente, me levanté decidida a darle una oportunidad, a darnos esa oportunidad que ambos nos merecíamos y, creo que después de todo, ha sido el paso mas acertado que he dado en mi vida, después e casi cinco años de estar viviendo juntos.

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